Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

lunes, 10 de agosto de 2009

Primeros auxilios

Para hablar mal "el" español
Arrastrado por la curiosidad, y sobre todo por lo sugestivo del título, me apresuré a comprar el libro Primeros auxilios para hablar bien español (1), escrito por la gramatóloga, supongo bogotana, Soledad Moliner, que fue recomendado hace algunos días por la periodista D´arcy Quinn en la sección Código Caracol del noticiero nocturno de ese canal televisivo y también fue reseñado en la página libros de la revista Credencial del mes de mayo. Éste, según mi opinión, es un trabajo poco novedoso, en el cual la autora, deseosa de impresionar en el campo del idioma, propone una serie de consejos prácticos, a manera de trucos y claves, para detectar y corregir los infinitos errores que a diario cometen los hispanohablantes en el manejo de la lengua. La identificación de los lapsus y gazapos expresivos la comenta a través de cinco pasos: el síndrome, el diagnóstico, el tratamiento, la receta y la denominación técnica de la enfermedad.
Después de leer y releer el libro, y de haber detectado en él una serie de incorrecciones, tanto en la redacción como en la gramática, he llegado a la conclusión de que el trabajo de la señora Moliner mejor debería llamarse Primeros auxilios para hablar mal “el” español. Y escribo la palabra el entre comillas porque el libro desde el comienzo hasta el final está plagado de errores. Por ejemplo, al prescindir del artículo el en la titulación, y escribir hablar bien español, encontramos la primera falla, la cual se percibe apenas apreciamos o pronunciamos esta expresión. Aquí es obligatorio el uso del artículo para determinar la palabra español, que en esta frase no es adjetivo, sino un nombre que funciona como complemento del adverbio bien que está modificando el verbo hablar. Además, con ello prevalece la eufonía, que, como bien sabemos, es la cualidad que hace agradable los sonidos del lenguaje. Ejemplos similares los encontramos en las construcciones “salar bien la carne”, “pronunciar mal las palabras”, “aprender bien la lección”, donde, como vemos, en ninguna podemos omitir el artículo. En la última página, aparece que el gentilicio de Túquerres es turrequeño, afirmación equivocada, puesto que la forma correcta es tuquerreño, como figura en el Diccionario de gentilicios colombianos. Se presenta aquí una metátesis, al alterar el orden correcto de las letras en el cuerpo de la palabra, que es el mismo error que ocurre cuando pronunciamos estógamo, tirejas o miraglo, en vez de las formas correspondientes.
En el capítulo titulado “Botiquín para la lengua” son notorios los errores de construcción y las repeticiones viciosas, que reflejan escasa maestría en el ejercicio de la redacción. En la frase “la que nos permite comunicarnos”, página 9, se observa la repetición innecesaria del pronombre nos, sobre todo el antepuesto al verbo permitir, lo que produce una clara disonancia, como si se tratara de una rima en eco. Aquí lo correcto es “la que permite comunicarnos”, utilizando la forma enclítica del pronombre, que es la más sonora en estos casos. En las frases “algunas heridas que producimos los hispanohablantes” y “porque el aspirante produce mala impresión”, página 9, se abusa del verbo producir, ignorando con ello que al hablar –o al escribir- debemos utilizar los verbos que más precisen el sentido de lo que se desea expresar. Y en la primera oración el verbo exacto es causar, y en la segunda, bien causar, o bien dejar. En la frase “preocupados e interesados en el buen uso del español”, página 10, se atenta contra el régimen al utilizar incorrectamente la preposición en. Según el Diccionario panhispánico de dudas, cuando ambos verbos funcionan como intransitivos pronominales los rige la preposición por. Entonces, la forma correcta es “preocupados e interesados por el buen uso del español”. En la expresión “Es, como su misma etimología lo explica, una pequeña botica”, página 10, para referirse a botiquín, se comete una impropiedad idiomática al confundir el origen de esta palabra con el significado de la misma, el cual se refiere a su forma diminutiva. En la redacción “El lector podrá darse cuenta del apasionante camino que han recorrido las palabras a lo largo de siglos para llegar hasta su boca”, página 11, se presenta un típico caso de anfibología textual, pues no sabemos si se trata de la boca del lector o la boca del camino. Como suponemos que se refiere al primero, la construcción debió ser “El lector podrá darse cuenta de que las palabras para llegar hasta su boca han tenido que recorrer un apasionante camino a lo largo de siglos”.
Más adelante, en el texto llamado Brevísima historia de la lengua española, página 13, encontramos otra confusión en la frase “Se trata de un diccionario que recoge vocabulario latino deformado por siglos de uso vulgar”. La pésima ubicación del complemento del verbo principal impide la claridad de esta expresión, pues no se sabe si el “uso vulgar” califica a siglos o a diccionario. Como, lógicamente, debe referirse a este último, la redacción debió ser “Se trata de un diccionario de uso vulgar que recoge vocabulario latino deformado por siglos”. Y en el mismo párrafo, continúa la redacción: “Para entonces, el latín era una lengua escrita y el romance, oral”. En esta construcción, la autora utiliza una de las funciones de la coma, la cual es remplazar el verbo cuando éste tiene un antecedente que lo sobreentiende. Pero, desde ningún punto de vista, este signo puede sustituir el verbo con su respectivo complemento, cuando lo lleva. Por lo tanto, ella debió escribir: “Para entonces, el latín era una lengua escrita y el romance, una lengua oral”. Un error similar lo comete también en la página 15, cuando escribe: “Otras tenían procedencia diferente y, en el caso del vasco, ignota”. Aquí la forma correcta es: “Otras tenían procedencia diferente y, en el caso del vasco, procedencia ignota”.
Asimismo, encontramos expresiones cacofónicas que vulneran las normas -o recomendaciones- que debemos tener presentes en el momento de escribir. En la redacción, página l5, aparece “El español primitivo primero echó raíces en el centro de España”. Para evitar el desagrado que producen las dos palabras que comienzan con pri, lo correcto era escribir: “El español primitivo inicialmente echó raíces en el centro de España”. Y en otras construcciones, aunque los textos sean entendibles, se altera el orden de los complementos, lo que causa una ligera ambigüedad. Por ejemplo, la expresión “cualquier producto moderno de limpieza”, página 19, debió escribirse “cualquier producto de limpieza moderno”. Lo mismo sucede con la frase “Los medios modernos de comunicación”, página 16, cuando lo más elegante es “Los medios de comunicación modernos” o “Los modernos medios de comunicación”. Otro solecismo –o vicio de construcción- lo encontramos en el mini texto “se omitieron las citas porque hacía muy voluminoso al diccionario”, página 21, que, curiosamente, presenta dos errores: uno de concordancia porque el sujeto está en plural –las citas- y el verbo, en singular –hacía-, y otro que afecta el régimen al utilizar la preposición a en el complemento directo, al no ser este persona o cosa personificada. Por consiguiente, la forma correcta de esta frase es “se omitieron las citas porque hacían el diccionario muy voluminoso”.
Y en lo referente al contenido, titulado “Inventario de males”, quiero referirme concretamente al acápite llamado “coloquitis crónica”, , en el cual dice la autora, que presenta una antología de expresiones, elaborada con la ayuda de sus alumnos, donde el verbo colocar ha desplazado al verbo poner. Incluye frases como: “me coloca al borde de la quiebra”, “a la bebé le colocaron Valentina”, “eso me colocó a pensar”, “la debo colocar en práctica”, “ella se colocó brava”, “me colocó en ridículo”, “voy a colocar la queja” y otras barbaridades con este verbo, página 46, que, en realidad, no me explico de dónde las sacó esta señora, porque no creo que en Colombia existan personas, por muy ignorantes que sean, que lancen estas expresiones. Y mucho menos en Bogotá, donde, se dice, se habla el mejor castellano del mundo. Pero, lo más ridículo de la señora Moliner es llamar antología a esta serie de estupideces, desconociendo con ello que esta palabra se reserva para designar creaciones más trascendentales. También hago mención de los ejemplos que ilustra cuando expone lo referente al tema del laísmo, leísmo y loísmo, originado por el uso incorrecto de los pronombres le, la, lo y sus respectivos plurales, los cuales causan una auténtica repulsión al utilizarlos indebidamente: “Llamé a Olga y la propuse que fuéramos al cine”, “Me encontré con las vecinas y las dije que tú las necesitabas”, “A Jorge lo dieron una fiesta de bienvenida” y “Los dije que no podría visitarlos”, página 104. Tampoco creo que estas expresiones tengan cabida en ningún registro idiomático colombiano. Y la receta que la gramatóloga propone para corregir estos vicios es todavía más compleja, pues consiste en saber si estas formas pronominales cumplen funciones con un complemento directo o indirecto, probándolo a través de la voz pasiva. Lo que significa que siempre que estemos hablando, debemos hacer un alto en la conversación y tener papel y lápiz para realizar las respectivas comprobaciones.
Finalmente, tras haber estudiado y analizado con mucho detenimiento el profuso repertorio de aberraciones gramaticales que agrupa el tratado de la referencia, y también las claves que propone la autora para corregirlas, me da la impresión de que la señora Moliner desconoce la enorme diferencia que existe entre la lengua hablada y la lengua escrita. Mientras la primera es más bien de carácter espontáneo y se acompaña con el énfasis, los gestos y el estado anímico de los usuarios, y es casi imposible someterla a reglas de normatividad en el momento de hablar, la segunda es más que todo reflexiva, depurada y analítica, y se auxilia, lógicamente, con los recursos lingüísticos que posee el escritor, los cuales entran en función cuando éste realiza su actividad creadora y, con el ejercicio permanente, constituyen la base esencial para definir su estilo personal. Por eso, debido a esta gran diferencia, siempre se ha dicho con sobrada razón que “lo más difícil que tiene una persona es expresar por escrito lo que piensa”. Y el reputado escritor francés, Jorge Luis Leclerc, conocido como “el conde de Buffon” expresó en alguna oportunidad: “Los que escriben como hablan, por bien que hablen, escriben muy mal”. Entonces, de acuerdo con estas apreciaciones, considero que el botiquín de trucos que la señora Moliner nos propone tener en cuenta “para hablar bien español”, antes de ser oportuno y edificante para el manejo del lenguaje, no hace más que crear un enredo y una tremendísima confusión en los hablantes.

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