Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

lunes, 8 de octubre de 2012

Rafael Orozco Maestre


El inmortal cantante becerrilero

Una tremenda sorpresa se llevaron los colombianos a finales del año pasado cuando vieron cantar nuevamente por las pantallas televisivas al recordado artista  becerrilero Rafael Orozco Maestre, quien se hizo célebre como vocalista estelar del  renombrado conjunto “El Binomio de Oro”. No había dudas en reconocer que la voz, el tono, los énfasis, los gestos y otras características personales eran los mismos que identificaron al “Niño mimado de Becerril”, durante los diecisiete años que estuvo al frente de esta fabulosa agrupación. Pero, ahora, se trataba del cantante Jorge Martínez Fonseca, un genial imitador, natural de San Roque, Cesar, que participó en el programa “Yo me llamo” organizado por el canal Caracol, uno de los más prestigiosos de la televisión colombiana. Y al final, como era de esperarse, el nuevo Rafael Orozco resultó ganador  del concurso, gracias al favoritismo popular que le dio un altísimo puntaje vencedor por sobre los demás aspirantes, quienes imitaron a otros cantantes famosos.

Este  programa fue, en toda su plenitud, un espacio espectacular que durante tres meses les brindó a los colombianos la oportunidad de revivir las bellísimas  canciones que entre 1976 y 1992 fueron interpretadas por Rafael Orozco Maestre,  y quedaron repartidas en veinte álbumes musicales que se entronizaron eternamente en el vastísimo repertorio del folclor vallenato. El año pasado, desde que se inició el concurso en el mes de septiembre hasta su culminación en los albores de diciembre, los televidentes siguieron paso a paso el desarrollo de la programación, y cada vez resultaba  más seguro que el triunfador sería Jorge Martínez Fonseca, considerado desde su  primera participación  como  el auténtico imitador del “El Binomio de Oro”. Y fue tan idéntica la actuación del aspirante,  que hasta la esposa del malogrado artista no vaciló en expresar su aprobación y certificar que la similitud con la voz y los gestos de su esposo eran ampliamente asombrosos.  

En realidad, la aparición de este genial imitador del cantante vallenato fue un hecho sumamente placentero para la inmensa fanaticada binomista que, después de veinte años, aún no ha logrado reponerse del dolor que le causó la trágica e inesperada muerte del insuperable vocalista becerrilero, ocurrida aquel funesto jueves 11 de junio de 1992 en la ciudad de Barranquilla. Ya  en ese momento Rafael Orozco Maestre se encontraba saboreando las mieles de la fama y compartía un puesto de honor en el estrado musical, junto con Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Diomedes Díaz y Beto Zabaleta,  considerados desde siempre como los más grandes interpretes de la música vallenata. Además, la famosa agrupación era reconocida internacionalmente y se había hecho merecedora de los mejores elogios populares gracias a su marcada disciplina, la excelente organización y el estilo depurado con que solían hacer sus presentaciones.

El primer impacto que me causó la voz de Rafael Orozco Maestre lo experimenté en la Villa de Santiago de Tunja, cuando aún cursaba mis estudios superiores en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de esa salubérrima  población. Corría el año 1976, y mientras  la fanaticada costeña residente en esa ciudad gozaba jubilosamente con las canciones incluidas en los elepés “Campesino parrandero” de Jorge Oñate y Colacho Mendoza y “Los maestros” de los hermanos Zuleta, lanzados  casi simultáneamente a mediados de ese año,  vieron aparecer el primer álbum de “El Binomio de Oro”, excelente agrupación formada por el acordeonista Israel Romero Ospino y el vocalista Rafael Orozco Maestre.  Y aunque en ese momento ya el destacado cantante había hecho algunas grabaciones menores con el acordeón de Emilio Oviedo Corrales, no había logrado acicalar su estilo ni cautivar el sentimiento popular que comenzó a tallar con esta insuperable agrupación.

Y me abruma la nostalgia al recordar que fue la canción “Momentos de amor” la que más logró impactarme y causarme el deleite emocional que suele provocar la música cuando penetra de lleno en el espíritu de los seres humanos. Y recuerdo que en aquella ciudad andina, vencida por el frío y las tradiciones seculares,  donde en ese momento  apenas lograban colarse algunas canciones vallenatas, la voz de Rafael Orozco Maestre consiguió calar profundamente en el  arraigado sentimiento del pueblo boyacense. También recuerdo que junto con mis grandes amigos Jairo Tapia Tietjen, hoy mi compadre, Freddy Zuleta Reales y Alberto Hugo Araújo, todos del Cesar, solíamos armar parrandas ligeras para celebrar el nacimiento del celebérrimo conjunto, y en el reciente compendio antológico era “Momentos de amor” el más apetecido por todos.  Este bellísimo paseo, compuesto por el médico Fernando Meneses Romero, oriundo de La Gloria, un municipio del Cesar,  fue, con toda seguridad, la composición más emotiva y atrayente del álbum inaugural.

A partir de la aparición de este long play, que mucha gente denominaba “La creciente”, por ser la primera canción de la cara A del disco, se inicia la magistral carrera artística del recordado vocalista cesarense, que se truncó años más tarde cuando atravesaba los momentos  más gloriosos de su fértil recorrido musical.  Asimismo, al lado de “Momentos de amor” y de la letra que sirvió de título al elepé, autoría del recordado compositor Hernando Marín Lacouture, figuraron otros temas fabulosos como “El Rey” de Rafael Gutiérrez Céspedes, “Seguiré penando” de Leandro Díaz Duarte, “Eterno enamorado” de Edilberto Daza Gutiérrez, “Cosas bonitas” de Sergio Moya Molina, “El pataleo” de Alfonso Cotes Jr. y “La gustadera” de Beto Murgas Peñaloza. En todas las canciones, la maestría y versatilidad del acordeonista Israel Romero Ospino se mezclaban prodigiosamente con los acordes sonoros, salidos de la hermosa tesitura del consagrado vocalista.

La originalidad musical  y la singularidad artística,  en efecto, fueron las cualidades primordiales  que marcaron la nota distintiva del “Binomio de Oro” desde su nacimiento en 1976.  A partir de ese momento, cada año, el inmenso caudal de seguidores solía vivir a la expectativa esperando la aparición del nuevo álbum  que se promocionaba con varias semanas de anticipación y era recibido y proclamado con un elocuente alborozo. Pero la gente no se satisfacía con los discos, sino que para el pueblo lo esencial era “bailar con el Binomio de Oro” y tener la oportunidad de apreciar la interpretación de las canciones. Por eso, estoy seguro, que no quedó en la Costa un solo municipio que no hubiera disfrutado con la presentación de este conjunto. Lo mismo ocurrió con todas las capitales y muchas ciudades grandes del interior del país. Y, más aún, la fama traspasó las fronteras patrias y se extendió por Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina, Panamá, algunas naciones centroamericanas y Estados Unidos, países donde realizaron varias presentaciones.

Después de su primer lanzamiento, el cual los ubicó en las puertas de la fama y de la distinción,  siguieron diecinueve álbumes, incluyendo el número veinte que fue publicado después de la muerte del cantante, y, apenas salían al mercado,  bastaba con ver las caratulas de los discos para asegurar la calidad de los temas que éstos presentaban. Sobre todo, por la elegancia y pulcritud en los vestidos que lucían  y  porque siempre fueron selectivos y  se nutrieron de los más excelentes compositores de la música vallenata: Roberto Calderón Cujia, Rosendo Romero Ospino, Beto Murgas Peñaloza, Fernando Meneses Romero, Tomás Darío Gutiérrez, Julio Cesar Oñate, Fernando Dangond Castro, Hernando Marín Lacouture, Gustavo Gutiérrez Cabello, Sergio Moya Molina, Máximo Móvil Mendoza, Leandro Díaz Duarte, Edilberto Daza Gutiérrez, Camilo Namén Rapalino  y muchos más, ampliamente reconocidos dentro del folclor vallenato.

En 1981, cuando la agrupación cumplió cinco años de existencia y ya habían lanzado siete discos,  proclamaron el álbum “5 años de Oro”, el cual necesitó una segunda edición inmediata, porque las casas disqueras no dieron abasto en las ventas y la primera publicación se agotó en un tiempo récord. Las emisoras y cadenas radiales promocionaron las canciones durante varios meses y la agrupación realizó diversas presentaciones por los canales televisivos. “El show de las estrellas” de Jorge Barón fue uno de los espacios preferidos.   Las letras que incluyó esta selección se apoderaron del sentimiento vallenato y quedaron grabadas eternamente en la memoria de toda la fanaticada: “Te quiero” de Fernando Dangond Castro, “Viejos anhelos” de Gustavo Gutiérrez Cabello, “Luna de junio” de Rosendo Romero Ospino, “Te seguiré queriendo” de José Vásquez, “Cariño” y “Carmencita” de Máximo Movil Mendoza, “Felicidad y penas” de Fernando Meneses Romero”, “Mi cartagenera” de Beto Murgas Peñaloza y “Trigueñita” de Roberto Calderón Cujia.

Muchas composiciones del “Binomio de Oro”, en particular aquellas de fondo eminentemente romántico, armaron  el escenario ideal para propiciar infinitas conquistas amorosas y lograr ardientes enlaces matrimoniales. Porque sus letras  encerraban los argumentos necesarios para alimentar los romances y guiar los sentimientos de los enamorados.  Temas como “Mundo de ilusiones” y “Mi pedazo de cielo”  de Fernando Meneses Romero, “Dejame quererte” y “Corazón indolente” de Hernando Marín Lacouture, “Tu dueño” y “Villanuevera” de Rosendo Romero Ospino, “De rodillas” y “Dime pajarito”  de Octavio Daza Daza”, “Sabes que te quiero mucho” y “Con las frases mías” de Roberto Calderón Cujia, “Esa” de José Vásquez, “Mi vieja ilusión” de Santander Durán Escalona, “Enamorado de ti” y “Tuya es mi vida” de Marcos Díaz, “Por eso estoy aquí” de Esteban “Chiche” Ovalle y  “No sé pedir perdón” de Gustavo Gutiérrez Cabello, fueron alicientes que  incentivaron y culminaron, con toda plenitud y armonía,  los idilios amorosos.       

Tuve la oportunidad de conocer y hablar personalmente con Rafael Orozco Maestre a finales de 1978 y a mediados de 1983 en sendas presentaciones que realizó “El Binomio de Oro” en el “Club La Selva” de Sincelejo. En la primera ocasión, tras el descanso de una tanda, alcanzó a sentarse en mi mesa y departir unos brindis conmigo. Al trasluz de nuestra conversación admiré la sencillez, el carisma y la inmensa simpatía que irradiaba su personalidad. Me autografió una tarjeta personal que conservé durante mucho tiempo y terminó confundiéndose en los muchísimos vericuetos de mi biblioteca. Esa noche la fanaticada binomista se embriagó hasta el cansancio bailando los temas de su primer elepé y otros más recientes, como “Necesito de ti” y “Campana” de Tomás Darío Gutiérrez,  ”Reconozco que te amo” y “Relicario de besos” de Fernando Meneses Romero, “Sueños de conquista” y “Despedida de verano”  de Rosendo Romero Ospino, “Mujeres como tú” de Beto Murgas Peñaloza, “Lágrimas de sangre” de Hernando Marín Lacouture y “Desdichas de un hombre” de Sergio Moya Molina, que figuraban en los álbumes que había  lanzado dicha agrupación en los dos años anteriores.

En la segunda presentación que realizó el Binomio de Oro en Sincelejo, a mediados de 1983, el destacado vocalista realizó una actuación  impecable que satisfizo a todos los asistentes y reafirmó la responsabilidad que caracterizaban al reputado conjunto.  Esa noche siguió dando muestras de la seriedad, la sencillez y la simpatía que lo identificaban. No tenía espacios para interpretar la cantidad de canciones que le solicitaban y la gente lo aclamaba fervorosamente al tiempo que coreaban sus canciones. Dueño de un carisma inalterable, al final de las tandas, se confundía con la fanaticada y saludaba de manera indistinta a todas las personas. Lo importante para los asistentes era saludarlo, tocarlo, compartir unos instantes con él,  porque se trataba nada más y nada menos que de Rafael Orozco Maestre el famoso y reputado cantante del “Binomio de Oro”. Como era su costumbre, complació a sus admiradores e  hizo acopio de todas las  canciones antológicas que en ese momento ilustraban  las publicaciones musicales de la prestigiosa agrupación.

Hace algunos años, cuando se cumplió la primera década de la muerte del artista, los colombianos y, concretamente, los seguidores de esta agrupación, tuvieron la oportunidad de ver cantar en vivo y directo al “Binomio de Oro”, con la vocalización de Rafael Orozco Maestre. Esto se  logró gracias a los adelantos tecnológicos  y a los efectos visuales que se consiguen con la televisión, que tomó muestras antiguas de las actuaciones del artista y las presentó  con todos los  demás miembros del conjunto, dando la impresión de que el vocalista estaba realmente participando. Esa noche, como en otros tiempos, los televidentes se emocionaron oyendo algunas composiciones, como “La candelosa” de Israel Romero Ospino, el “pollo” Isra, como le decía el cantante, “El higuerón” de Abel Antonio Villa, “Lindo copete” de Rafael Escalona Martínez, “Solo para ti” del mismo vocalista, “El llanto de un Rey” de José Alfonso “Chiche” Maestre y muchas más de grata recordación para la fanaticada. La programación superó las dos horas y todo el mundo se llevó la satisfacción de ver cantar nuevamente a Rafael Orozco Maestre.

Una portada que llamó ampliamente la atención fue la del álbum número 15 titulado  “En concierto”, lanzado en el segundo semestre 1987. La fotografía del frontispicio fue tomada  durante una presentación  que hizo la agrupación en el Madison Square Garden de New York a mediados de ese año. En ella, los dos artistas aparecen impecablemente vestidos con trajes, corbata y zapatos blancos, color que hace un juego llamativo en el claroscuro del ambiente. La presentación, que contó con más de quince mil personas, fue  un verdadero acontecimiento musical, solo comparable a los que en ese mismo escenario habían realizado cantantes de la talla de Camilo Sesto, Julio Iglesias y  Nicola di Bari. Los asistentes se deleitaron con el fabuloso temario antológico y con otras letras recientes,  como “Estar enamorado” y “Para adorarte más” de Roberto Calderón Cujia, “Se está muriendo un amor” de Fernando Meneses, “No pasará lo mismo”  y “Decidí cambiar” de Deimer Marín Calderón, “Olvido y amor” de Poncho Cotes Jr. y “Mañana sale el sol” de Gustavo Gutiérrez Cabello.

La fama, la elegancia, la pulcritud y la responsabilidad del “Binomio de Oro” se mantuvieron inalterables durante el comienzo, el desarrollo y el trágico suceso que marcó el final de esta prestigiosa agrupación. Ambos artistas se respetaban mutuamente y me atrevo a asegurar que jamás existió una nota discordante que los enemistara. Y creo que este detalle se debió al compadrazgo que se selló entre ellos, pues, según entiendo,  Israel Romero era padrino de una de las hijas del cantante, quien no vaciló en popularizar los nombres de las mismas en varias  canciones: Kelly Johana, Wendy  y Loraine. Inclusive, en la composición “Navidad” de Rosendo Romero Ospino, grabada en 1982, la introducción  “Papi, papi, yo quiero que el niño Dios me regale una muñeca y otra para Wendy” la hizo Kelly Johana, quien entonces tenía 4 años. Asimismo, el nombre de su esposa quedó sellado en el vocativo ¡Clara!, que  uno de los integrantes del conjunto exclama después de los versos “Ya llega la mujer que yo más quiero/ por la que me desespero/ y hasta pierdo la cabeza”, pertenecientes al tema “La creciente” de Hernando Marín Lacouture.

No tengo dudas al afirmar que Rafael Orozco Maestre fue un artista distinguido dentro del folclor vallenato. En él los términos cantante, vocalista e intérprete encajan perfectamente, si analizamos la connotación que encierran estos vocablos. Su sello personal, sombreado con una profunda originalidad, quedó impreso en cada una de las canciones que vocalizó y que penetraron sensiblemente en el corazón de todos sus seguidores. Hoy, al cumplirse 20 años de su infausta desaparición, que lo segó cuando apenas frisaba 38 años de edad, pues había nacido en Becerril, Cesar, el 14 de marzo de 1954, siento un inmenso dolor al recordar aquel jueves 11 de junio de 1992, cuando, a través de los noticieros televisivos, me enteré de su brutal asesinato. Recuerdo que enmudecí repentinamente, lloré algunos minutos  y no daba crédito a la terrible noticia. Me era imposible creer que el cantante de mis preferencias hubiera partido súbitamente para la eternidad. Por eso, el año pasado, cuando escuché al cantante Jorge Martínez Fonseca, en el programa “Yo me llamo”, por unos instantes, sentí la ilusión fugaz de que en realidad quien vocalizaba era el muy querido y recordado Rafael Orozco Maestre.

Sincelejo, 23 de mayo de 2012

Jorge Nicolás Ayús Arrieta


Un ejemplo de integridad profesional

A finales de 1987, cuando el Ministerio de Educación Nacional,  a través del delegado del FER en Sucre, le solicitó al profesor Salvador Romero Vidal, rector encargado del Simón Araújo, que se eligiera  una terna, salida de las tres jornadas, para nombrar al rector, la sección matinal no necesitó convocar a una reunión para elegir su candidato: mediante una consulta personalizada escogieron por unanimidad  al  profesor Jorge Nicolás Ayús Arrieta como  su representante. En ese momento, la comunidad araujista apenas estaba reponiéndose de los estragos institucionales  que le había causado la huelga del mes de septiembre, movimiento que había dado al traste con la corta administración de Basiliso Peña Escobar, quien había llegado a la rectoría a finales de junio de ese año en remplazo de don Álvaro Sprockel Mendoza.

Era evidente que todo el profesorado de la Jornada Matinal le daba su respaldo incondicional y le extendía su voto de confianza al profesor Ayús, dadas las  pulcras cualidades que lo identificaban  y lo  definían  desde su llegada el Simón Araújo diez años antes:  serio, discreto, idóneo y, sobre todo, responsable en el cumplimiento de sus deberes. Sin embargo, el ternado no tuvo la oportunidad de alcanzar el cargo de su aspiración, y, sin ninguna nota discordante o  resentimiento alguno, siguió en el desempeño de la cátedra, especialmente dedicado a la enseñanza de la química, que fue  y siguió siendo la asignatura de sus preferencias hasta el día de su retiro definitivo de los claustros araujista, en el pasado mes de abril, tras haber cumplido en este colegio 37 años  ininterrumpidos de labores  docente.

Años más tarde, en 1998, cuando el profesor Jairo Calderón Zuleta, quien se había vinculado al Simón Araújo en 1959 y desempeñaba la prefectura de disciplina de la Jornada Matinal  desde 1970, se separó del plantel a causa del retiro forzoso, por una disposición interna de la rectoría  fue designado, de manera transitoria,  el profesor Ayús  para ocupar dicho cargo. En ese momento, el Simón Araújo era de régimen departamental, y por disposiciones  del Ministerio de Educación,  cualquier nombramiento docente o administrativo tenía que someterse a concurso, es decir, no se podía nombrar en propiedad.   El profesorado en pleno recibió con agrado la designación y nuevamente, como lo había hecho en 1987,  le reitero  su voto de confianza para que  asumiera el reto  de la  “difícil disciplina” y desempeñara a cabalidad sus nuevas funciones.

Sin pensarlo dos veces, el profesor Ayús se consagró en cuerpo y alma a ejercer la coordinación de disciplina, como se llamaba en ese momento, y lentamente fue adquiriendo la destreza y el tacto para administrar, educar y orientar, sin mayores contratiempos, a la comunidad estudiantil. Desde sus acciones preliminares,  el cuerpo docente, el personal administrativo  y el estudiantado  se dieron  cuenta de las cualidades humanas que rodeaban al nuevo coordinador, quien hizo gala de su experiencia personal y de su gran espíritu conciliador. La satisfacción era unánime en todos los estamentos de la gran familia araujista y el profesor Ayús se desempeñó con lujo de detalles durante casi siete años, hasta finales de 2004, cuando tuvo que retirarse del cargo frente a la llegada de un nuevo coordinador nombrado oficialmente.

A partir del 2005 el profesor Ayús se trasladó a la jornada de la tarde. Entró por la puerta grande, trayendo a cuestas una experiencia de treinta años en los anales araujistas, y con este meritorio recorrido en  poco tiempo logró ganarse el respeto y el cariño del estudiantado vespertino. Vinculado a esta sección, tuve la oportunidad de estrechar mi amistad con él, la cual se había iniciado desde mi llegada al Simón Araújo en 1977. Me sobra decir que  desde que lo conocí le he dicho por cariño y por respeto “Dr. Ayús”, y él, de manera reciproca, siempre me ha llamado “Dr. Daniels”.  Siendo compañeros de trabajo en los últimos años de su parábola docente,   siempre le admiré la dedicación y el rigor que le imprimía a sus clases, como también le valoré el deseo permanente  que tenía de hablar con los padres de familia para ilustrarlos sobre el rendimiento de sus hijos. Y otra cualidad suya, que me llamó la atención, fue su pasión agrícola, actividad que desarrollaba haciendo todos los años sembrados menores en los patios del colegio.

Como caso curioso, y gracias a mi reciente vinculación a la Jornada Matinal, tuve la oportunidad de asistir  a las dos comidas, almuerzo y cena, que programaron ambas jornadas para despedir al profesor Ayús. La primera se celebró el viernes 27 de abril en el Hotel Boston y la segunda el viernes 11 de mayo en el Hotel Panorama. Las dos veladas estuvieron muy concurridas y, al tenor de algunos brindis, fueron amenizadas con varias serenatas y recreadas con recuerdos y anécdotas muy significativas. El agasajado, quien lució bastante cordial y efusivo,  fue objeto de muchas palabras de gratitud por parte de los compañeros, una placa meritoria entregada por la rectoría y un obsequió del fondo de profesores del Simón Araújo. Al final, en ambas reuniones, se mostró muy enérgico y espontáneo al expresar sus palabras de despedida y de agradecimiento. Hoy, el profesor Ayús, al lado de su querida esposa, descansa en su residencia del barrio La Palma, mientras, lentamente, ve alejarse   aquel 29 de abril de 2012,  cuando  cumplió los 65 años de edad y se retiró para siempre de las aulas araujistas.

Atisbos sobre el “Día del idioma”


Siguiendo la costumbre*, la cual se ha consagrado en todos los pueblos y regiones de habla española desde hace ya 90 años, hoy, 23 de abril, nos concentramos nuevamente en nuestro muy querido Simón Araújo para celebrar el “Día del idioma castellano”, llamado también “Día de Cervantes” en algunas regiones de la Madre Patria. Con toda seguridad,  hoy, sin excepción, más de 600 millones de personas, que se enorgullecen de ser usuarios de la lengua española, hacen un alto en el camino para rendir un merecido tributo a nuestro celebérrimo idioma, que cada día se torna más floreciente, más agresivo y más dinámico dentro del contexto de las principales lenguas del universo.

Sinceramente, nada es más honroso y significativo para mí que llevar la palabra en este día, en representación del departamento de Idiomas de la Jornada Matinal de esta prestigiosa institución,   y así tener la oportunidad de pronunciar, delante de tan selecta y distinguida   concurrencia, estas breves líneas, cargadas de emotividad y de entusiasmo, para no pasar inadvertida esta magna fecha, que coincide con el fallecimiento de don Miguel de Cervantes Saavedra, ocurrido en Madrid aquel lejano  23 de abril de 1616, y quien ha sido y sigue siendo considerado en el decurso del talento literario como el más grande novelista de la lengua castellana de todos los tiempos.

Una premisa de alta estimación que honra la memoria del recordado y bien llamado “Manco de Lepanto”, aquel humilde escritor alcalaíno que, iluminado por el fuego de su inteligencia, legó a la posteridad su magnífica y trascendental novela “Don Quijote de la Mancha”. Esta obra, cuya estructura insuperable vio la luz de la existencia en los albores del siglo XVII, hace un poco más de cuatrocientos años, fue, sin duda alguna, el acontecimiento artístico  más prodigioso del llamado “Siglo de Oro” de las letras españolas, que marcó los inicios de la narrativa moderna y ha sido un punto de referencia indiscutible para todos los escritores, no solo de habla española sino de otras lenguas,  posteriores a Cervantes.

Asimismo, quiero aprovechar esta oportuna intervención para referirme al aporte significativo que ha hecho Colombia al idioma castellano desde que se produjo el descubrimiento de América, o más bien “el encuentro de dos mundos”, como se ha denominado también últimamente, acaecido  en las postrimerías del siglo XV. Y hoy podemos expresar con orgullo que en el vasto escenario de las naciones hispanoamericanas,  es en nuestro país donde mejor se habla, se escribe y se cultiva el castellano. Una afirmación que ha hecho renombre  y ha sido certificada por los grandes escritores y académicos de la Madre Patria, desde que se creó La Real Academia Española  a comienzos del siglo XVIII.

Por eso, en una histórica ocasión, no se equivocó don Juan Valera, el destacado crítico y novelista español, cuando sabiamente manifestó: “El Cervantes moderno lo tienen en Colombia y se llama Marcos Fidel Suárez”. Honraba con este calificativo el acendrado humanismo y el prodigioso talento del humilde gramático antioqueño autor del trascendental ensayo  “Los sueños de Luciano Pulgar”. No obstante, considero que así como don Marcos, son muchos los Cervantes que han florecido en Colombia. Son numerosos los personajes que han hecho significativos aportes a la literatura y al estudio profundo de la lengua castellana. Dos ejemplos clásicos los representan don Miguel Antonio Caro y don Rufino José Cuervo, el primero, autor de la célebre “Gramática Latina” y el segundo, creador del monumental “Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana”, una biografía completa de casi todas las palabras del español.

Destaco también los singulares aportes literarios y lingüísticos hechos por el recordado escritor bogotano Rafael Pombo, aquel personaje pequeñito, bastante delgado, ligeramente encorvado por los años, con los ojos saltones cubiertos por unos espejuelos redondos, coronado como gran “Poeta Nacional” en 1905, llamado cariñosamente “El poeta de los niños” y de quien estamos conmemorando un siglo de su fallecimiento, ocurrido en la Capital de la República el 5 de mayo de 1912. Su obra filosófica “Hora de tinieblas” y sus reconocidas fábulas “La pobre viejecita”, “Simón el bobito” y “Rin Rin Renacuajo”, quedaron grabadas con tinta de oro en las inmortales páginas del Parnaso Colombiano. Por esto, aplaudo la acertada determinación del Gobierno Nacional, de bautizar al 2012 como “El año de Pombo”.

Y como epílogo de estas palabras, quiero referirme a “Cien años de soledad”, la insuperable, colosal, integra y profunda novela de Gabriel García Márquez, considerada desde su nacimiento en 1967 como “El Quijote del tercer milenio”.  Su traducción a más de treinta idiomas y los muchos  millones de ejemplares vendidos en su casi medio siglo de existencia,  la convierten en la actualidad como el libro más leído del universo  después del Quijote de la Mancha. Una circunstancia  que ennoblece a nuestra Patria y debe ser, sin preámbulos, razón de orgullo para todos los colombianos. Así como también, hoy 23 de abril,  para todos los aquí presentes debe resultar  altamente gratificante, ser usuarios  activos de la gloriosa y transparente lengua cervantina.
*Palabras pronunciadas en la Jornada Matinal del Simón Araújo con motivo de la celebración del “Día del Idioma” el lunes 23 de abril del 2012.