El inmortal cantante becerrilero
Una
tremenda sorpresa se llevaron los colombianos a finales del año pasado cuando
vieron cantar nuevamente por las pantallas televisivas al recordado artista becerrilero Rafael Orozco Maestre, quien se
hizo célebre como vocalista estelar del renombrado conjunto “El Binomio de Oro”. No
había dudas en reconocer que la voz, el tono, los énfasis, los gestos y otras
características personales eran los mismos que identificaron al “Niño mimado de
Becerril”, durante los diecisiete años que estuvo al frente de esta fabulosa
agrupación. Pero, ahora, se trataba del cantante Jorge Martínez Fonseca, un
genial imitador, natural de San Roque, Cesar, que participó en el programa “Yo me
llamo” organizado por el canal Caracol, uno de los más prestigiosos de la
televisión colombiana. Y al final, como era de esperarse, el nuevo Rafael
Orozco resultó ganador del concurso,
gracias al favoritismo popular que le dio un altísimo puntaje vencedor por
sobre los demás aspirantes, quienes imitaron a otros cantantes famosos.
Este
programa fue, en toda su plenitud, un espacio
espectacular que durante tres meses les brindó a los colombianos la oportunidad
de revivir las bellísimas canciones que
entre 1976 y 1992 fueron interpretadas por Rafael Orozco Maestre, y quedaron repartidas en veinte álbumes
musicales que se entronizaron eternamente en el vastísimo repertorio del
folclor vallenato. El año pasado, desde que se inició el concurso en el mes de
septiembre hasta su culminación en los albores de diciembre, los televidentes
siguieron paso a paso el desarrollo de la programación, y cada vez
resultaba más seguro que el triunfador
sería Jorge Martínez Fonseca, considerado desde su primera participación como el auténtico imitador del “El Binomio de Oro”.
Y fue tan idéntica la actuación del aspirante,
que hasta la esposa del malogrado artista no vaciló en expresar su
aprobación y certificar que la similitud con la voz y los gestos de su esposo
eran ampliamente asombrosos.
En
realidad, la aparición de este genial imitador del cantante vallenato fue un
hecho sumamente placentero para la inmensa fanaticada binomista que, después de
veinte años, aún no ha logrado reponerse del dolor que le causó la trágica e
inesperada muerte del insuperable vocalista becerrilero, ocurrida aquel funesto
jueves 11 de junio de 1992 en la ciudad de Barranquilla. Ya en ese momento Rafael Orozco Maestre se
encontraba saboreando las mieles de la fama y compartía un puesto de honor en
el estrado musical, junto con Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Diomedes Díaz y Beto
Zabaleta, considerados desde siempre
como los más grandes interpretes de la música vallenata. Además, la famosa
agrupación era reconocida internacionalmente y se había hecho merecedora de los
mejores elogios populares gracias a su marcada disciplina, la excelente
organización y el estilo depurado con que solían hacer sus presentaciones.
El
primer impacto que me causó la voz de Rafael Orozco Maestre lo experimenté en
la Villa de Santiago de Tunja, cuando aún cursaba mis estudios superiores en la
Universidad Pedagógica y Tecnológica de esa salubérrima población. Corría el año 1976, y mientras la fanaticada costeña residente en esa ciudad
gozaba jubilosamente con las canciones incluidas en los elepés “Campesino
parrandero” de Jorge Oñate y Colacho Mendoza y “Los maestros” de los hermanos
Zuleta, lanzados casi simultáneamente a
mediados de ese año, vieron aparecer el
primer álbum de “El Binomio de Oro”, excelente agrupación formada por el
acordeonista Israel Romero Ospino y el vocalista Rafael Orozco Maestre. Y aunque en ese momento ya el destacado
cantante había hecho algunas grabaciones menores con el acordeón de Emilio
Oviedo Corrales, no había logrado acicalar su estilo ni cautivar el sentimiento
popular que comenzó a tallar con esta insuperable agrupación.
Y
me abruma la nostalgia al recordar que fue la canción “Momentos de amor” la que
más logró impactarme y causarme el deleite emocional que suele provocar la
música cuando penetra de lleno en el espíritu de los seres humanos. Y recuerdo
que en aquella ciudad andina, vencida por el frío y las tradiciones seculares, donde en ese momento apenas lograban colarse algunas canciones
vallenatas, la voz de Rafael Orozco Maestre consiguió calar profundamente en el
arraigado sentimiento del pueblo
boyacense. También recuerdo que junto con mis grandes amigos Jairo Tapia
Tietjen, hoy mi compadre, Freddy Zuleta Reales y Alberto Hugo Araújo, todos del
Cesar, solíamos armar parrandas ligeras para celebrar el nacimiento del
celebérrimo conjunto, y en el reciente compendio antológico era “Momentos de
amor” el más apetecido por todos. Este
bellísimo paseo, compuesto por el médico Fernando Meneses Romero, oriundo de La
Gloria, un municipio del Cesar, fue, con
toda seguridad, la composición más emotiva y atrayente del álbum inaugural.
A
partir de la aparición de este long play, que mucha gente denominaba “La
creciente”, por ser la primera canción de la cara A del disco, se inicia la
magistral carrera artística del recordado vocalista cesarense, que se truncó
años más tarde cuando atravesaba los momentos
más gloriosos de su fértil recorrido musical. Asimismo, al lado de “Momentos de amor” y de
la letra que sirvió de título al elepé, autoría del recordado compositor
Hernando Marín Lacouture, figuraron otros temas fabulosos como “El Rey” de
Rafael Gutiérrez Céspedes, “Seguiré penando” de Leandro Díaz Duarte, “Eterno
enamorado” de Edilberto Daza Gutiérrez, “Cosas bonitas” de Sergio Moya Molina,
“El pataleo” de Alfonso Cotes Jr. y “La gustadera” de Beto Murgas Peñaloza. En
todas las canciones, la maestría y versatilidad del acordeonista Israel Romero
Ospino se mezclaban prodigiosamente con los acordes sonoros, salidos de la
hermosa tesitura del consagrado vocalista.
La
originalidad musical y la singularidad
artística, en efecto, fueron las
cualidades primordiales que marcaron la
nota distintiva del “Binomio de Oro” desde su nacimiento en 1976. A partir de ese momento, cada año, el inmenso
caudal de seguidores solía vivir a la expectativa esperando la aparición del
nuevo álbum que se promocionaba con
varias semanas de anticipación y era recibido y proclamado con un elocuente
alborozo. Pero la gente no se satisfacía con los discos, sino que para el
pueblo lo esencial era “bailar con el Binomio de Oro” y tener la oportunidad de
apreciar la interpretación de las canciones. Por eso, estoy seguro, que no
quedó en la Costa un solo municipio que no hubiera disfrutado con la
presentación de este conjunto. Lo mismo ocurrió con todas las capitales y
muchas ciudades grandes del interior del país. Y, más aún, la fama traspasó las
fronteras patrias y se extendió por Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil,
Argentina, Panamá, algunas naciones centroamericanas y Estados Unidos, países
donde realizaron varias presentaciones.
Después
de su primer lanzamiento, el cual los ubicó en las puertas de la fama y de la
distinción, siguieron diecinueve álbumes,
incluyendo el número veinte que fue publicado después de la muerte del cantante,
y, apenas salían al mercado, bastaba con
ver las caratulas de los discos para asegurar la calidad de los temas que éstos
presentaban. Sobre todo, por la elegancia y pulcritud en los vestidos que
lucían y porque siempre fueron selectivos y se nutrieron de los más excelentes
compositores de la música vallenata: Roberto Calderón Cujia, Rosendo Romero
Ospino, Beto Murgas Peñaloza, Fernando Meneses Romero, Tomás Darío Gutiérrez,
Julio Cesar Oñate, Fernando Dangond Castro, Hernando Marín Lacouture, Gustavo
Gutiérrez Cabello, Sergio Moya Molina, Máximo Móvil Mendoza, Leandro Díaz
Duarte, Edilberto Daza Gutiérrez, Camilo Namén Rapalino y muchos más, ampliamente reconocidos dentro
del folclor vallenato.
En
1981, cuando la agrupación cumplió cinco años de existencia y ya habían lanzado
siete discos, proclamaron el álbum “5
años de Oro”, el cual necesitó una segunda edición inmediata, porque las casas
disqueras no dieron abasto en las ventas y la primera publicación se agotó en
un tiempo récord. Las emisoras y cadenas radiales promocionaron las canciones
durante varios meses y la agrupación realizó diversas presentaciones por los
canales televisivos. “El show de las estrellas” de Jorge Barón fue uno de los
espacios preferidos. Las letras que incluyó esta selección se
apoderaron del sentimiento vallenato y quedaron grabadas eternamente en la
memoria de toda la fanaticada: “Te quiero” de Fernando Dangond Castro, “Viejos
anhelos” de Gustavo Gutiérrez Cabello, “Luna de junio” de Rosendo Romero Ospino,
“Te seguiré queriendo” de José Vásquez, “Cariño” y “Carmencita” de Máximo Movil
Mendoza, “Felicidad y penas” de Fernando Meneses Romero”, “Mi cartagenera” de
Beto Murgas Peñaloza y “Trigueñita” de Roberto Calderón Cujia.
Muchas
composiciones del “Binomio de Oro”, en particular aquellas de fondo
eminentemente romántico, armaron el
escenario ideal para propiciar infinitas conquistas amorosas y lograr ardientes
enlaces matrimoniales. Porque sus letras encerraban los argumentos necesarios para
alimentar los romances y guiar los sentimientos de los enamorados. Temas como “Mundo de ilusiones” y “Mi pedazo
de cielo” de Fernando Meneses Romero,
“Dejame quererte” y “Corazón indolente” de Hernando Marín Lacouture, “Tu dueño”
y “Villanuevera” de Rosendo Romero Ospino, “De rodillas” y “Dime pajarito” de Octavio Daza Daza”, “Sabes que te quiero
mucho” y “Con las frases mías” de Roberto Calderón Cujia, “Esa” de José
Vásquez, “Mi vieja ilusión” de Santander Durán Escalona, “Enamorado de ti” y “Tuya
es mi vida” de Marcos Díaz, “Por eso estoy aquí” de Esteban “Chiche” Ovalle
y “No sé pedir perdón” de Gustavo
Gutiérrez Cabello, fueron alicientes que
incentivaron y culminaron, con toda plenitud y armonía, los idilios amorosos.
Tuve
la oportunidad de conocer y hablar personalmente con Rafael Orozco Maestre a
finales de 1978 y a mediados de 1983 en sendas presentaciones que realizó “El
Binomio de Oro” en el “Club La Selva” de Sincelejo. En la primera ocasión, tras
el descanso de una tanda, alcanzó a sentarse en mi mesa y departir unos brindis
conmigo. Al trasluz de nuestra conversación admiré la sencillez, el carisma y
la inmensa simpatía que irradiaba su personalidad. Me autografió una tarjeta
personal que conservé durante mucho tiempo y terminó confundiéndose en los muchísimos
vericuetos de mi biblioteca. Esa noche la fanaticada binomista se embriagó
hasta el cansancio bailando los temas de su primer elepé y otros más recientes,
como “Necesito de ti” y “Campana” de Tomás Darío Gutiérrez, ”Reconozco que te amo” y “Relicario de besos”
de Fernando Meneses Romero, “Sueños de conquista” y “Despedida de verano” de Rosendo Romero Ospino, “Mujeres como tú” de
Beto Murgas Peñaloza, “Lágrimas de sangre” de Hernando Marín Lacouture y
“Desdichas de un hombre” de Sergio Moya Molina, que figuraban en los álbumes
que había lanzado dicha agrupación en
los dos años anteriores.
En
la segunda presentación que realizó el Binomio de Oro en Sincelejo, a mediados
de 1983, el destacado vocalista realizó una actuación impecable que satisfizo a todos los
asistentes y reafirmó la responsabilidad que caracterizaban al reputado conjunto. Esa noche siguió dando muestras de la
seriedad, la sencillez y la simpatía que lo identificaban. No tenía espacios
para interpretar la cantidad de canciones que le solicitaban y la gente lo
aclamaba fervorosamente al tiempo que coreaban sus canciones. Dueño de un
carisma inalterable, al final de las tandas, se confundía con la fanaticada y
saludaba de manera indistinta a todas las personas. Lo importante para los
asistentes era saludarlo, tocarlo, compartir unos instantes con él, porque se trataba nada más y nada menos que de
Rafael Orozco Maestre el famoso y reputado cantante del “Binomio de Oro”. Como
era su costumbre, complació a sus admiradores e
hizo acopio de todas las
canciones antológicas que en ese momento ilustraban las publicaciones musicales de la prestigiosa
agrupación.
Hace
algunos años, cuando se cumplió la primera década de la muerte del artista, los
colombianos y, concretamente, los seguidores de esta agrupación, tuvieron la
oportunidad de ver cantar en vivo y directo al “Binomio de Oro”, con la
vocalización de Rafael Orozco Maestre. Esto se logró gracias a los adelantos tecnológicos y a los efectos visuales que se consiguen con
la televisión, que tomó muestras antiguas de las actuaciones del artista y las
presentó con todos los demás miembros del conjunto, dando la
impresión de que el vocalista estaba realmente participando. Esa noche, como en
otros tiempos, los televidentes se emocionaron oyendo algunas composiciones,
como “La candelosa” de Israel Romero Ospino, el “pollo” Isra, como le decía el
cantante, “El higuerón” de Abel Antonio Villa, “Lindo copete” de Rafael
Escalona Martínez, “Solo para ti” del mismo vocalista, “El llanto de un Rey” de
José Alfonso “Chiche” Maestre y muchas más de grata recordación para la
fanaticada. La programación superó las dos horas y todo el mundo se llevó la
satisfacción de ver cantar nuevamente a Rafael Orozco Maestre.
Una
portada que llamó ampliamente la atención fue la del álbum número 15
titulado “En concierto”, lanzado en el
segundo semestre 1987. La fotografía del frontispicio fue tomada durante una presentación que hizo la agrupación en el Madison Square
Garden de New York a mediados de ese año. En ella, los dos artistas aparecen
impecablemente vestidos con trajes, corbata y zapatos blancos, color que hace
un juego llamativo en el claroscuro del ambiente. La presentación, que contó
con más de quince mil personas, fue un
verdadero acontecimiento musical, solo comparable a los que en ese mismo
escenario habían realizado cantantes de la talla de Camilo Sesto, Julio
Iglesias y Nicola di Bari. Los
asistentes se deleitaron con el fabuloso temario antológico y con otras letras
recientes, como “Estar enamorado” y
“Para adorarte más” de Roberto Calderón Cujia, “Se está muriendo un amor” de
Fernando Meneses, “No pasará lo mismo” y
“Decidí cambiar” de Deimer Marín Calderón, “Olvido y amor” de Poncho Cotes Jr.
y “Mañana sale el sol” de Gustavo Gutiérrez Cabello.
La
fama, la elegancia, la pulcritud y la responsabilidad del “Binomio de Oro” se
mantuvieron inalterables durante el comienzo, el desarrollo y el trágico suceso
que marcó el final de esta prestigiosa agrupación. Ambos artistas se respetaban
mutuamente y me atrevo a asegurar que jamás existió una nota discordante que
los enemistara. Y creo que este detalle se debió al compadrazgo que se selló
entre ellos, pues, según entiendo,
Israel Romero era padrino de una de las hijas del cantante, quien no
vaciló en popularizar los nombres de las mismas en varias canciones: Kelly Johana, Wendy y Loraine. Inclusive, en la composición
“Navidad” de Rosendo Romero Ospino, grabada en 1982, la introducción “Papi, papi, yo quiero que el niño Dios me
regale una muñeca y otra para Wendy” la hizo Kelly Johana, quien entonces tenía
4 años. Asimismo, el nombre de su esposa quedó sellado en el vocativo ¡Clara!,
que uno de los integrantes del conjunto exclama
después de los versos “Ya llega la mujer que yo más quiero/ por la que me
desespero/ y hasta pierdo la cabeza”, pertenecientes al tema “La creciente” de
Hernando Marín Lacouture.
No
tengo dudas al afirmar que Rafael Orozco Maestre fue un artista distinguido
dentro del folclor vallenato. En él los términos cantante, vocalista e
intérprete encajan perfectamente, si analizamos la connotación que encierran
estos vocablos. Su sello personal, sombreado con una profunda originalidad,
quedó impreso en cada una de las canciones que vocalizó y que penetraron
sensiblemente en el corazón de todos sus seguidores. Hoy, al cumplirse 20 años
de su infausta desaparición, que lo segó cuando apenas frisaba 38 años de edad,
pues había nacido en Becerril, Cesar, el 14 de marzo de 1954, siento un inmenso
dolor al recordar aquel jueves 11 de junio de 1992, cuando, a través de los
noticieros televisivos, me enteré de su brutal asesinato. Recuerdo que enmudecí
repentinamente, lloré algunos minutos y
no daba crédito a la terrible noticia. Me era imposible creer que el cantante
de mis preferencias hubiera partido súbitamente para la eternidad. Por eso, el
año pasado, cuando escuché al cantante Jorge Martínez Fonseca, en el programa
“Yo me llamo”, por unos instantes, sentí la ilusión fugaz de que en realidad
quien vocalizaba era el muy querido y recordado Rafael Orozco Maestre.
Sincelejo, 23 de mayo de 2012