Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

viernes, 9 de mayo de 2014

Un acontecimiento literario

“La maldición del cabaret

Por Eddie José Daniels García

No tengo dudas al afirmar que “La maldición del cabaret”, la última novela del joven  escritor sucreño Amaury Pérez Banquet, es un verdadero acontecimiento literario que   se convertirá, con el paso del tiempo, en un punto de referencia para ubicar a la nueva generación de novelistas que  se abren camino en la literatura colombiana a comienzos del siglo XXI. Porque, como sabemos de sobra, es la historia literaria y en este sentido, más concretamente, la crítica narrativa, la misión encargada de estudiar, clasificar y precisar cronológicamente, sin excepción, todas   las producciones artísticas que se publican en los contextos regional y nacional, para, de esta manera,  darle definición a los períodos, movimientos o generaciones de escritores que,  en el desarrollo del tiempo,  ennoblecen y llenan de prestigio las páginas del Parnaso Colombiano. 

Después de haberme deleitado durante varias semanas leyendo y releyendo está magnífica novela, que cada vez se tornaba  más interesante por la intimidad de los episodios narrados, por la transversalidad  temporal con que se enlazan  sus  capítulos, por la claridad semántica del lenguaje, por los saltos vivenciales de las acciones temáticas, por las numerosas coincidencias que se suceden en la trama narrativa y, sobre todo, por la atracción de la prosa que ameniza sus ciento cincuenta páginas,   puedo afirmar que esta novela es una verdadera obra de arte, una estupenda  creación literaria, en la cual percibimos que  la clara  inteligencia de Amaury Pérez Banquet  se conjuga  con su  profunda  imaginación creadora  y con el singular talento de su ingenio productivo, para darle vida, de manera asombrosa, a esta interesante  narración.    

Publicada por la Editorial Oveja Negra en el 2012, “La maldición del cabaret” es una brevísima novela que encarna una temática llamativa que se recrea de manera magistral  por todos los vicios y conflictos familiares que, en los últimos tiempos, vienen maltratando y perturbando  a la sociedad actual: prostitución, homosexualismo, narcotráfico, drogadicción, paramilitarismo, guerrilla, corrupción, politiquería, miseria, etc.  Estructurada en 24 capítulos breves, todos de fácil lectura,  que oscilan entre las cinco y seis  páginas cada uno, y que se pasean por un tópico central implícito en todo el discurso narrativo: “la venganza”, defecto considerado como  una de las pasiones que más desquicia el sosiego y perturba  la serenidad humana. Es esta la insidiosa idea  que ilumina la mente de Alexandra, la protagonista central, cuya existencia solo tiene un horizonte definido: “vengarse del mafioso canalla que de forma salvaje le arrebató la virginidad y que la volcó irremediablemente hacia el vicio de la prostitución”.

Amaury Pérez Banquet, como todo escritor de talento, nutre su mente, alimenta su creación artística de lo que ha vivido, y define su tono autobiográfico en la narración novelesca,  marcado muchas veces  con la primera persona o con algún rasgo de su  caracterización personal.  “Nadie escribe de la sola imaginación, sino de lo que ha vivido” expresó en su época, con absoluta confianza,  el famoso escritor norteamericano Ernest Hemingway. “Todas las novelas que he escrito, todas las historias que he escrito, nacen de experiencias vividas”, enfatizó Mario Vargas Llosa en una entrevista reciente para la revista Bocas. Y como ellos,  son muchos los literatos que se inclinan por este principio.  Por eso, nos basta con analizar los rasgos que retratan a Camilo Cadavid, el periodista,  otro personaje protagonista de “La maldición del cabaret”, para definir en ellos a nuestro novelista  Amaury Pérez Banquet, cargando su sueño a cuestas: triunfar como escritor.

Una característica singular que define la exquisita trama de “La maldición del cabaret” está patente en el conocimiento preciso que tiene el autor de toda la escenografía que rodea cada uno de los episodios narrados, porque, con toda seguridad, él los ha vivido. El espacio, el tiempo, los personajes, los temas y subtemas, los conflictos, los vicios, las virtudes y hasta los pormenores más insignificantes, están cabalmente descritos y graficados por la pluma “perezbanquista”. Es por esto que,  muchos estudiosos de la narratología, entre ellos mi persona, consideramos que Amaury Pérez Banquet es “un ajedrecista de la narración,  que juega hábilmente con el tiempo y con las acciones que viven los personajes”. Y es tanto el poder descriptivo de sus cuentos y novelas,  que todos presentan unos ribetes cinematográficos que facilitan su lectura y mantienen expectante la atención del lector.

Asimismo, otra nota llamativa, que se percibe en el desarrollo del hilo narrativo, es la aguda sensibilidad  que refleja el  autor para captar y describir con una precisión asombrosa  y delicada,  algunos detalles,  casi invisibles, inmersos en el ambiente, y que penetran en el lector de manera fotográfica, dando la impresión de que estamos contemplando el momento descrito.  Un ejemplo lo vivimos cuando leemos: “El cielo se oscureció un poco más, los nubarrones que estaban centrados se desplazaron al horizonte y taparon por completo los últimos destellos del sol. La temperatura se hizo fresca y cada vez que la brisa atacaba, parecía venirse sobre la ciudad una avalancha de nieve”. De la misma manera, esta fortaleza expresiva se capta cuando el autor se refiere a sentimientos  tan sublimes y penetrantes, experimentados por los personajes.  Un ejemplo perfecto se percibe en estas líneas, cuando se refiere al amor: “prefirió conservarla como un elemento útil de su experimento y entendió una vez más que las cosas del corazón son iguales de impredecibles, tanto para el amor como para el odio”.

Sin embargo, para muchas personas, que han gozado la oportunidad de leer “La maldición del cabaret”,  y con quienes he tenido comentarios al respecto, me han  expresado, con toda su  franqueza, que lo que más les ha llamado la atención es la forma abierta y escueta como el autor trata los aspectos referentes al sexo. Y no he dudado en compartir con ellos ese criterio. En este sentido, me es grato afirmar que  Amaury Pérez Banquet es un escritor  desprejuiciado, que, cuando se refiere al tema sexológico,  trata el lenguaje  sin remilgos, de manera franca, utilizando para ello los diferentes registros idiomáticos que nacen y perduran en  la boca del pueblo. Aquí los personajes se expresan de manera espontánea, y de acuerdo con la formación cultural que ellos presentan. Y el autor, en su propio discurso narrativo, ajeno a la intervención de los protagonistas, es un verdadero maestro de la excelencia lingüística, que cautiva a los lectores, de manera constante,  con su facundia expresiva.

Finalmente, como un  detalle curioso y efectivo de “La maldición del cabaret”, ajeno al contenido temático, por supuesto,  deseo referirme a la perfección de la portada escogida por el autor para ilustrar su novela. El color, casi indefinido,  que suaviza el ambiente y el cuerpo venustino de la mujer semi desnuda que se entroniza en posición erótica y provocadora, son efectos positivos para penetrar en los sentidos y cautivar ipso facto la atención del lector. Un detalle que  despierta la curiosidad desde el primer párrafo de la exposición temática, la recrea a lo largo del  nudo argumental  y la satisface de manera expectante   en el desenlace narrativo. Todo esto, y más detalles que se aprecian en esta magistral obra, me impulsan a pensar que “La maldición del cabaret”, al igual que “María” en el siglo XIX y “La Vorágine” y “Cien años de soledad” en el XX, será, con toda certeza,  la novela que marcará los linderos narrativos y generacionales en la literatura colombiana del siglo XXI.  


  



Sincelejo, 1 de octubre de 2013

lunes, 8 de octubre de 2012

Rafael Orozco Maestre


El inmortal cantante becerrilero

Una tremenda sorpresa se llevaron los colombianos a finales del año pasado cuando vieron cantar nuevamente por las pantallas televisivas al recordado artista  becerrilero Rafael Orozco Maestre, quien se hizo célebre como vocalista estelar del  renombrado conjunto “El Binomio de Oro”. No había dudas en reconocer que la voz, el tono, los énfasis, los gestos y otras características personales eran los mismos que identificaron al “Niño mimado de Becerril”, durante los diecisiete años que estuvo al frente de esta fabulosa agrupación. Pero, ahora, se trataba del cantante Jorge Martínez Fonseca, un genial imitador, natural de San Roque, Cesar, que participó en el programa “Yo me llamo” organizado por el canal Caracol, uno de los más prestigiosos de la televisión colombiana. Y al final, como era de esperarse, el nuevo Rafael Orozco resultó ganador  del concurso, gracias al favoritismo popular que le dio un altísimo puntaje vencedor por sobre los demás aspirantes, quienes imitaron a otros cantantes famosos.

Este  programa fue, en toda su plenitud, un espacio espectacular que durante tres meses les brindó a los colombianos la oportunidad de revivir las bellísimas  canciones que entre 1976 y 1992 fueron interpretadas por Rafael Orozco Maestre,  y quedaron repartidas en veinte álbumes musicales que se entronizaron eternamente en el vastísimo repertorio del folclor vallenato. El año pasado, desde que se inició el concurso en el mes de septiembre hasta su culminación en los albores de diciembre, los televidentes siguieron paso a paso el desarrollo de la programación, y cada vez resultaba  más seguro que el triunfador sería Jorge Martínez Fonseca, considerado desde su  primera participación  como  el auténtico imitador del “El Binomio de Oro”. Y fue tan idéntica la actuación del aspirante,  que hasta la esposa del malogrado artista no vaciló en expresar su aprobación y certificar que la similitud con la voz y los gestos de su esposo eran ampliamente asombrosos.  

En realidad, la aparición de este genial imitador del cantante vallenato fue un hecho sumamente placentero para la inmensa fanaticada binomista que, después de veinte años, aún no ha logrado reponerse del dolor que le causó la trágica e inesperada muerte del insuperable vocalista becerrilero, ocurrida aquel funesto jueves 11 de junio de 1992 en la ciudad de Barranquilla. Ya  en ese momento Rafael Orozco Maestre se encontraba saboreando las mieles de la fama y compartía un puesto de honor en el estrado musical, junto con Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Diomedes Díaz y Beto Zabaleta,  considerados desde siempre como los más grandes interpretes de la música vallenata. Además, la famosa agrupación era reconocida internacionalmente y se había hecho merecedora de los mejores elogios populares gracias a su marcada disciplina, la excelente organización y el estilo depurado con que solían hacer sus presentaciones.

El primer impacto que me causó la voz de Rafael Orozco Maestre lo experimenté en la Villa de Santiago de Tunja, cuando aún cursaba mis estudios superiores en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de esa salubérrima  población. Corría el año 1976, y mientras  la fanaticada costeña residente en esa ciudad gozaba jubilosamente con las canciones incluidas en los elepés “Campesino parrandero” de Jorge Oñate y Colacho Mendoza y “Los maestros” de los hermanos Zuleta, lanzados  casi simultáneamente a mediados de ese año,  vieron aparecer el primer álbum de “El Binomio de Oro”, excelente agrupación formada por el acordeonista Israel Romero Ospino y el vocalista Rafael Orozco Maestre.  Y aunque en ese momento ya el destacado cantante había hecho algunas grabaciones menores con el acordeón de Emilio Oviedo Corrales, no había logrado acicalar su estilo ni cautivar el sentimiento popular que comenzó a tallar con esta insuperable agrupación.

Y me abruma la nostalgia al recordar que fue la canción “Momentos de amor” la que más logró impactarme y causarme el deleite emocional que suele provocar la música cuando penetra de lleno en el espíritu de los seres humanos. Y recuerdo que en aquella ciudad andina, vencida por el frío y las tradiciones seculares,  donde en ese momento  apenas lograban colarse algunas canciones vallenatas, la voz de Rafael Orozco Maestre consiguió calar profundamente en el  arraigado sentimiento del pueblo boyacense. También recuerdo que junto con mis grandes amigos Jairo Tapia Tietjen, hoy mi compadre, Freddy Zuleta Reales y Alberto Hugo Araújo, todos del Cesar, solíamos armar parrandas ligeras para celebrar el nacimiento del celebérrimo conjunto, y en el reciente compendio antológico era “Momentos de amor” el más apetecido por todos.  Este bellísimo paseo, compuesto por el médico Fernando Meneses Romero, oriundo de La Gloria, un municipio del Cesar,  fue, con toda seguridad, la composición más emotiva y atrayente del álbum inaugural.

A partir de la aparición de este long play, que mucha gente denominaba “La creciente”, por ser la primera canción de la cara A del disco, se inicia la magistral carrera artística del recordado vocalista cesarense, que se truncó años más tarde cuando atravesaba los momentos  más gloriosos de su fértil recorrido musical.  Asimismo, al lado de “Momentos de amor” y de la letra que sirvió de título al elepé, autoría del recordado compositor Hernando Marín Lacouture, figuraron otros temas fabulosos como “El Rey” de Rafael Gutiérrez Céspedes, “Seguiré penando” de Leandro Díaz Duarte, “Eterno enamorado” de Edilberto Daza Gutiérrez, “Cosas bonitas” de Sergio Moya Molina, “El pataleo” de Alfonso Cotes Jr. y “La gustadera” de Beto Murgas Peñaloza. En todas las canciones, la maestría y versatilidad del acordeonista Israel Romero Ospino se mezclaban prodigiosamente con los acordes sonoros, salidos de la hermosa tesitura del consagrado vocalista.

La originalidad musical  y la singularidad artística,  en efecto, fueron las cualidades primordiales  que marcaron la nota distintiva del “Binomio de Oro” desde su nacimiento en 1976.  A partir de ese momento, cada año, el inmenso caudal de seguidores solía vivir a la expectativa esperando la aparición del nuevo álbum  que se promocionaba con varias semanas de anticipación y era recibido y proclamado con un elocuente alborozo. Pero la gente no se satisfacía con los discos, sino que para el pueblo lo esencial era “bailar con el Binomio de Oro” y tener la oportunidad de apreciar la interpretación de las canciones. Por eso, estoy seguro, que no quedó en la Costa un solo municipio que no hubiera disfrutado con la presentación de este conjunto. Lo mismo ocurrió con todas las capitales y muchas ciudades grandes del interior del país. Y, más aún, la fama traspasó las fronteras patrias y se extendió por Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina, Panamá, algunas naciones centroamericanas y Estados Unidos, países donde realizaron varias presentaciones.

Después de su primer lanzamiento, el cual los ubicó en las puertas de la fama y de la distinción,  siguieron diecinueve álbumes, incluyendo el número veinte que fue publicado después de la muerte del cantante, y, apenas salían al mercado,  bastaba con ver las caratulas de los discos para asegurar la calidad de los temas que éstos presentaban. Sobre todo, por la elegancia y pulcritud en los vestidos que lucían  y  porque siempre fueron selectivos y  se nutrieron de los más excelentes compositores de la música vallenata: Roberto Calderón Cujia, Rosendo Romero Ospino, Beto Murgas Peñaloza, Fernando Meneses Romero, Tomás Darío Gutiérrez, Julio Cesar Oñate, Fernando Dangond Castro, Hernando Marín Lacouture, Gustavo Gutiérrez Cabello, Sergio Moya Molina, Máximo Móvil Mendoza, Leandro Díaz Duarte, Edilberto Daza Gutiérrez, Camilo Namén Rapalino  y muchos más, ampliamente reconocidos dentro del folclor vallenato.

En 1981, cuando la agrupación cumplió cinco años de existencia y ya habían lanzado siete discos,  proclamaron el álbum “5 años de Oro”, el cual necesitó una segunda edición inmediata, porque las casas disqueras no dieron abasto en las ventas y la primera publicación se agotó en un tiempo récord. Las emisoras y cadenas radiales promocionaron las canciones durante varios meses y la agrupación realizó diversas presentaciones por los canales televisivos. “El show de las estrellas” de Jorge Barón fue uno de los espacios preferidos.   Las letras que incluyó esta selección se apoderaron del sentimiento vallenato y quedaron grabadas eternamente en la memoria de toda la fanaticada: “Te quiero” de Fernando Dangond Castro, “Viejos anhelos” de Gustavo Gutiérrez Cabello, “Luna de junio” de Rosendo Romero Ospino, “Te seguiré queriendo” de José Vásquez, “Cariño” y “Carmencita” de Máximo Movil Mendoza, “Felicidad y penas” de Fernando Meneses Romero”, “Mi cartagenera” de Beto Murgas Peñaloza y “Trigueñita” de Roberto Calderón Cujia.

Muchas composiciones del “Binomio de Oro”, en particular aquellas de fondo eminentemente romántico, armaron  el escenario ideal para propiciar infinitas conquistas amorosas y lograr ardientes enlaces matrimoniales. Porque sus letras  encerraban los argumentos necesarios para alimentar los romances y guiar los sentimientos de los enamorados.  Temas como “Mundo de ilusiones” y “Mi pedazo de cielo”  de Fernando Meneses Romero, “Dejame quererte” y “Corazón indolente” de Hernando Marín Lacouture, “Tu dueño” y “Villanuevera” de Rosendo Romero Ospino, “De rodillas” y “Dime pajarito”  de Octavio Daza Daza”, “Sabes que te quiero mucho” y “Con las frases mías” de Roberto Calderón Cujia, “Esa” de José Vásquez, “Mi vieja ilusión” de Santander Durán Escalona, “Enamorado de ti” y “Tuya es mi vida” de Marcos Díaz, “Por eso estoy aquí” de Esteban “Chiche” Ovalle y  “No sé pedir perdón” de Gustavo Gutiérrez Cabello, fueron alicientes que  incentivaron y culminaron, con toda plenitud y armonía,  los idilios amorosos.       

Tuve la oportunidad de conocer y hablar personalmente con Rafael Orozco Maestre a finales de 1978 y a mediados de 1983 en sendas presentaciones que realizó “El Binomio de Oro” en el “Club La Selva” de Sincelejo. En la primera ocasión, tras el descanso de una tanda, alcanzó a sentarse en mi mesa y departir unos brindis conmigo. Al trasluz de nuestra conversación admiré la sencillez, el carisma y la inmensa simpatía que irradiaba su personalidad. Me autografió una tarjeta personal que conservé durante mucho tiempo y terminó confundiéndose en los muchísimos vericuetos de mi biblioteca. Esa noche la fanaticada binomista se embriagó hasta el cansancio bailando los temas de su primer elepé y otros más recientes, como “Necesito de ti” y “Campana” de Tomás Darío Gutiérrez,  ”Reconozco que te amo” y “Relicario de besos” de Fernando Meneses Romero, “Sueños de conquista” y “Despedida de verano”  de Rosendo Romero Ospino, “Mujeres como tú” de Beto Murgas Peñaloza, “Lágrimas de sangre” de Hernando Marín Lacouture y “Desdichas de un hombre” de Sergio Moya Molina, que figuraban en los álbumes que había  lanzado dicha agrupación en los dos años anteriores.

En la segunda presentación que realizó el Binomio de Oro en Sincelejo, a mediados de 1983, el destacado vocalista realizó una actuación  impecable que satisfizo a todos los asistentes y reafirmó la responsabilidad que caracterizaban al reputado conjunto.  Esa noche siguió dando muestras de la seriedad, la sencillez y la simpatía que lo identificaban. No tenía espacios para interpretar la cantidad de canciones que le solicitaban y la gente lo aclamaba fervorosamente al tiempo que coreaban sus canciones. Dueño de un carisma inalterable, al final de las tandas, se confundía con la fanaticada y saludaba de manera indistinta a todas las personas. Lo importante para los asistentes era saludarlo, tocarlo, compartir unos instantes con él,  porque se trataba nada más y nada menos que de Rafael Orozco Maestre el famoso y reputado cantante del “Binomio de Oro”. Como era su costumbre, complació a sus admiradores e  hizo acopio de todas las  canciones antológicas que en ese momento ilustraban  las publicaciones musicales de la prestigiosa agrupación.

Hace algunos años, cuando se cumplió la primera década de la muerte del artista, los colombianos y, concretamente, los seguidores de esta agrupación, tuvieron la oportunidad de ver cantar en vivo y directo al “Binomio de Oro”, con la vocalización de Rafael Orozco Maestre. Esto se  logró gracias a los adelantos tecnológicos  y a los efectos visuales que se consiguen con la televisión, que tomó muestras antiguas de las actuaciones del artista y las presentó  con todos los  demás miembros del conjunto, dando la impresión de que el vocalista estaba realmente participando. Esa noche, como en otros tiempos, los televidentes se emocionaron oyendo algunas composiciones, como “La candelosa” de Israel Romero Ospino, el “pollo” Isra, como le decía el cantante, “El higuerón” de Abel Antonio Villa, “Lindo copete” de Rafael Escalona Martínez, “Solo para ti” del mismo vocalista, “El llanto de un Rey” de José Alfonso “Chiche” Maestre y muchas más de grata recordación para la fanaticada. La programación superó las dos horas y todo el mundo se llevó la satisfacción de ver cantar nuevamente a Rafael Orozco Maestre.

Una portada que llamó ampliamente la atención fue la del álbum número 15 titulado  “En concierto”, lanzado en el segundo semestre 1987. La fotografía del frontispicio fue tomada  durante una presentación  que hizo la agrupación en el Madison Square Garden de New York a mediados de ese año. En ella, los dos artistas aparecen impecablemente vestidos con trajes, corbata y zapatos blancos, color que hace un juego llamativo en el claroscuro del ambiente. La presentación, que contó con más de quince mil personas, fue  un verdadero acontecimiento musical, solo comparable a los que en ese mismo escenario habían realizado cantantes de la talla de Camilo Sesto, Julio Iglesias y  Nicola di Bari. Los asistentes se deleitaron con el fabuloso temario antológico y con otras letras recientes,  como “Estar enamorado” y “Para adorarte más” de Roberto Calderón Cujia, “Se está muriendo un amor” de Fernando Meneses, “No pasará lo mismo”  y “Decidí cambiar” de Deimer Marín Calderón, “Olvido y amor” de Poncho Cotes Jr. y “Mañana sale el sol” de Gustavo Gutiérrez Cabello.

La fama, la elegancia, la pulcritud y la responsabilidad del “Binomio de Oro” se mantuvieron inalterables durante el comienzo, el desarrollo y el trágico suceso que marcó el final de esta prestigiosa agrupación. Ambos artistas se respetaban mutuamente y me atrevo a asegurar que jamás existió una nota discordante que los enemistara. Y creo que este detalle se debió al compadrazgo que se selló entre ellos, pues, según entiendo,  Israel Romero era padrino de una de las hijas del cantante, quien no vaciló en popularizar los nombres de las mismas en varias  canciones: Kelly Johana, Wendy  y Loraine. Inclusive, en la composición “Navidad” de Rosendo Romero Ospino, grabada en 1982, la introducción  “Papi, papi, yo quiero que el niño Dios me regale una muñeca y otra para Wendy” la hizo Kelly Johana, quien entonces tenía 4 años. Asimismo, el nombre de su esposa quedó sellado en el vocativo ¡Clara!, que  uno de los integrantes del conjunto exclama después de los versos “Ya llega la mujer que yo más quiero/ por la que me desespero/ y hasta pierdo la cabeza”, pertenecientes al tema “La creciente” de Hernando Marín Lacouture.

No tengo dudas al afirmar que Rafael Orozco Maestre fue un artista distinguido dentro del folclor vallenato. En él los términos cantante, vocalista e intérprete encajan perfectamente, si analizamos la connotación que encierran estos vocablos. Su sello personal, sombreado con una profunda originalidad, quedó impreso en cada una de las canciones que vocalizó y que penetraron sensiblemente en el corazón de todos sus seguidores. Hoy, al cumplirse 20 años de su infausta desaparición, que lo segó cuando apenas frisaba 38 años de edad, pues había nacido en Becerril, Cesar, el 14 de marzo de 1954, siento un inmenso dolor al recordar aquel jueves 11 de junio de 1992, cuando, a través de los noticieros televisivos, me enteré de su brutal asesinato. Recuerdo que enmudecí repentinamente, lloré algunos minutos  y no daba crédito a la terrible noticia. Me era imposible creer que el cantante de mis preferencias hubiera partido súbitamente para la eternidad. Por eso, el año pasado, cuando escuché al cantante Jorge Martínez Fonseca, en el programa “Yo me llamo”, por unos instantes, sentí la ilusión fugaz de que en realidad quien vocalizaba era el muy querido y recordado Rafael Orozco Maestre.

Sincelejo, 23 de mayo de 2012

Jorge Nicolás Ayús Arrieta


Un ejemplo de integridad profesional

A finales de 1987, cuando el Ministerio de Educación Nacional,  a través del delegado del FER en Sucre, le solicitó al profesor Salvador Romero Vidal, rector encargado del Simón Araújo, que se eligiera  una terna, salida de las tres jornadas, para nombrar al rector, la sección matinal no necesitó convocar a una reunión para elegir su candidato: mediante una consulta personalizada escogieron por unanimidad  al  profesor Jorge Nicolás Ayús Arrieta como  su representante. En ese momento, la comunidad araujista apenas estaba reponiéndose de los estragos institucionales  que le había causado la huelga del mes de septiembre, movimiento que había dado al traste con la corta administración de Basiliso Peña Escobar, quien había llegado a la rectoría a finales de junio de ese año en remplazo de don Álvaro Sprockel Mendoza.

Era evidente que todo el profesorado de la Jornada Matinal le daba su respaldo incondicional y le extendía su voto de confianza al profesor Ayús, dadas las  pulcras cualidades que lo identificaban  y lo  definían  desde su llegada el Simón Araújo diez años antes:  serio, discreto, idóneo y, sobre todo, responsable en el cumplimiento de sus deberes. Sin embargo, el ternado no tuvo la oportunidad de alcanzar el cargo de su aspiración, y, sin ninguna nota discordante o  resentimiento alguno, siguió en el desempeño de la cátedra, especialmente dedicado a la enseñanza de la química, que fue  y siguió siendo la asignatura de sus preferencias hasta el día de su retiro definitivo de los claustros araujista, en el pasado mes de abril, tras haber cumplido en este colegio 37 años  ininterrumpidos de labores  docente.

Años más tarde, en 1998, cuando el profesor Jairo Calderón Zuleta, quien se había vinculado al Simón Araújo en 1959 y desempeñaba la prefectura de disciplina de la Jornada Matinal  desde 1970, se separó del plantel a causa del retiro forzoso, por una disposición interna de la rectoría  fue designado, de manera transitoria,  el profesor Ayús  para ocupar dicho cargo. En ese momento, el Simón Araújo era de régimen departamental, y por disposiciones  del Ministerio de Educación,  cualquier nombramiento docente o administrativo tenía que someterse a concurso, es decir, no se podía nombrar en propiedad.   El profesorado en pleno recibió con agrado la designación y nuevamente, como lo había hecho en 1987,  le reitero  su voto de confianza para que  asumiera el reto  de la  “difícil disciplina” y desempeñara a cabalidad sus nuevas funciones.

Sin pensarlo dos veces, el profesor Ayús se consagró en cuerpo y alma a ejercer la coordinación de disciplina, como se llamaba en ese momento, y lentamente fue adquiriendo la destreza y el tacto para administrar, educar y orientar, sin mayores contratiempos, a la comunidad estudiantil. Desde sus acciones preliminares,  el cuerpo docente, el personal administrativo  y el estudiantado  se dieron  cuenta de las cualidades humanas que rodeaban al nuevo coordinador, quien hizo gala de su experiencia personal y de su gran espíritu conciliador. La satisfacción era unánime en todos los estamentos de la gran familia araujista y el profesor Ayús se desempeñó con lujo de detalles durante casi siete años, hasta finales de 2004, cuando tuvo que retirarse del cargo frente a la llegada de un nuevo coordinador nombrado oficialmente.

A partir del 2005 el profesor Ayús se trasladó a la jornada de la tarde. Entró por la puerta grande, trayendo a cuestas una experiencia de treinta años en los anales araujistas, y con este meritorio recorrido en  poco tiempo logró ganarse el respeto y el cariño del estudiantado vespertino. Vinculado a esta sección, tuve la oportunidad de estrechar mi amistad con él, la cual se había iniciado desde mi llegada al Simón Araújo en 1977. Me sobra decir que  desde que lo conocí le he dicho por cariño y por respeto “Dr. Ayús”, y él, de manera reciproca, siempre me ha llamado “Dr. Daniels”.  Siendo compañeros de trabajo en los últimos años de su parábola docente,   siempre le admiré la dedicación y el rigor que le imprimía a sus clases, como también le valoré el deseo permanente  que tenía de hablar con los padres de familia para ilustrarlos sobre el rendimiento de sus hijos. Y otra cualidad suya, que me llamó la atención, fue su pasión agrícola, actividad que desarrollaba haciendo todos los años sembrados menores en los patios del colegio.

Como caso curioso, y gracias a mi reciente vinculación a la Jornada Matinal, tuve la oportunidad de asistir  a las dos comidas, almuerzo y cena, que programaron ambas jornadas para despedir al profesor Ayús. La primera se celebró el viernes 27 de abril en el Hotel Boston y la segunda el viernes 11 de mayo en el Hotel Panorama. Las dos veladas estuvieron muy concurridas y, al tenor de algunos brindis, fueron amenizadas con varias serenatas y recreadas con recuerdos y anécdotas muy significativas. El agasajado, quien lució bastante cordial y efusivo,  fue objeto de muchas palabras de gratitud por parte de los compañeros, una placa meritoria entregada por la rectoría y un obsequió del fondo de profesores del Simón Araújo. Al final, en ambas reuniones, se mostró muy enérgico y espontáneo al expresar sus palabras de despedida y de agradecimiento. Hoy, el profesor Ayús, al lado de su querida esposa, descansa en su residencia del barrio La Palma, mientras, lentamente, ve alejarse   aquel 29 de abril de 2012,  cuando  cumplió los 65 años de edad y se retiró para siempre de las aulas araujistas.

Atisbos sobre el “Día del idioma”


Siguiendo la costumbre*, la cual se ha consagrado en todos los pueblos y regiones de habla española desde hace ya 90 años, hoy, 23 de abril, nos concentramos nuevamente en nuestro muy querido Simón Araújo para celebrar el “Día del idioma castellano”, llamado también “Día de Cervantes” en algunas regiones de la Madre Patria. Con toda seguridad,  hoy, sin excepción, más de 600 millones de personas, que se enorgullecen de ser usuarios de la lengua española, hacen un alto en el camino para rendir un merecido tributo a nuestro celebérrimo idioma, que cada día se torna más floreciente, más agresivo y más dinámico dentro del contexto de las principales lenguas del universo.

Sinceramente, nada es más honroso y significativo para mí que llevar la palabra en este día, en representación del departamento de Idiomas de la Jornada Matinal de esta prestigiosa institución,   y así tener la oportunidad de pronunciar, delante de tan selecta y distinguida   concurrencia, estas breves líneas, cargadas de emotividad y de entusiasmo, para no pasar inadvertida esta magna fecha, que coincide con el fallecimiento de don Miguel de Cervantes Saavedra, ocurrido en Madrid aquel lejano  23 de abril de 1616, y quien ha sido y sigue siendo considerado en el decurso del talento literario como el más grande novelista de la lengua castellana de todos los tiempos.

Una premisa de alta estimación que honra la memoria del recordado y bien llamado “Manco de Lepanto”, aquel humilde escritor alcalaíno que, iluminado por el fuego de su inteligencia, legó a la posteridad su magnífica y trascendental novela “Don Quijote de la Mancha”. Esta obra, cuya estructura insuperable vio la luz de la existencia en los albores del siglo XVII, hace un poco más de cuatrocientos años, fue, sin duda alguna, el acontecimiento artístico  más prodigioso del llamado “Siglo de Oro” de las letras españolas, que marcó los inicios de la narrativa moderna y ha sido un punto de referencia indiscutible para todos los escritores, no solo de habla española sino de otras lenguas,  posteriores a Cervantes.

Asimismo, quiero aprovechar esta oportuna intervención para referirme al aporte significativo que ha hecho Colombia al idioma castellano desde que se produjo el descubrimiento de América, o más bien “el encuentro de dos mundos”, como se ha denominado también últimamente, acaecido  en las postrimerías del siglo XV. Y hoy podemos expresar con orgullo que en el vasto escenario de las naciones hispanoamericanas,  es en nuestro país donde mejor se habla, se escribe y se cultiva el castellano. Una afirmación que ha hecho renombre  y ha sido certificada por los grandes escritores y académicos de la Madre Patria, desde que se creó La Real Academia Española  a comienzos del siglo XVIII.

Por eso, en una histórica ocasión, no se equivocó don Juan Valera, el destacado crítico y novelista español, cuando sabiamente manifestó: “El Cervantes moderno lo tienen en Colombia y se llama Marcos Fidel Suárez”. Honraba con este calificativo el acendrado humanismo y el prodigioso talento del humilde gramático antioqueño autor del trascendental ensayo  “Los sueños de Luciano Pulgar”. No obstante, considero que así como don Marcos, son muchos los Cervantes que han florecido en Colombia. Son numerosos los personajes que han hecho significativos aportes a la literatura y al estudio profundo de la lengua castellana. Dos ejemplos clásicos los representan don Miguel Antonio Caro y don Rufino José Cuervo, el primero, autor de la célebre “Gramática Latina” y el segundo, creador del monumental “Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana”, una biografía completa de casi todas las palabras del español.

Destaco también los singulares aportes literarios y lingüísticos hechos por el recordado escritor bogotano Rafael Pombo, aquel personaje pequeñito, bastante delgado, ligeramente encorvado por los años, con los ojos saltones cubiertos por unos espejuelos redondos, coronado como gran “Poeta Nacional” en 1905, llamado cariñosamente “El poeta de los niños” y de quien estamos conmemorando un siglo de su fallecimiento, ocurrido en la Capital de la República el 5 de mayo de 1912. Su obra filosófica “Hora de tinieblas” y sus reconocidas fábulas “La pobre viejecita”, “Simón el bobito” y “Rin Rin Renacuajo”, quedaron grabadas con tinta de oro en las inmortales páginas del Parnaso Colombiano. Por esto, aplaudo la acertada determinación del Gobierno Nacional, de bautizar al 2012 como “El año de Pombo”.

Y como epílogo de estas palabras, quiero referirme a “Cien años de soledad”, la insuperable, colosal, integra y profunda novela de Gabriel García Márquez, considerada desde su nacimiento en 1967 como “El Quijote del tercer milenio”.  Su traducción a más de treinta idiomas y los muchos  millones de ejemplares vendidos en su casi medio siglo de existencia,  la convierten en la actualidad como el libro más leído del universo  después del Quijote de la Mancha. Una circunstancia  que ennoblece a nuestra Patria y debe ser, sin preámbulos, razón de orgullo para todos los colombianos. Así como también, hoy 23 de abril,  para todos los aquí presentes debe resultar  altamente gratificante, ser usuarios  activos de la gloriosa y transparente lengua cervantina.
*Palabras pronunciadas en la Jornada Matinal del Simón Araújo con motivo de la celebración del “Día del Idioma” el lunes 23 de abril del 2012.

jueves, 1 de diciembre de 2011

SETENTA AÑOS DEL ARAUJO: UNA HISTORIA FASCINANTE

Por José Manuel Vergara

Palabras pronunciadas en el acto de presentación del libro

EL INSTITUTO SIMÓN ARAUJO: SETENTA AÑOS DE GLORIA EDUCATIVA

Acto realizado el día 16 de septiembre del año 2011 en el Teatro Municipal de Sincelejo


Quiero agradecer al profesor Eddie José Daniels García, la oportunidad que me ha brindado de volver a vivir la emoción que siento en estos momentos, pues no es cualquier privilegio el de poder estar en esta ceremonia de lanzamiento del primer tomo de un libro que recoge en sus páginas la fascinante historia del colegio más importante de la región, como es el Instituto Simón Araújo de Sincelejo.
La lectura del libro, de impecable edición, no solo me traslada con el recuerdo a la década del 50, cuando lleno de entusiasmo y optimismo ingresé a las aulas del colegio donde se forjaron amistades que aún perduran y se abrieron horizontes promisorios a muchos jóvenes de Sincelejo y pueblos aledaños, sino que logró crear en mí una visión total de lo que fue, es y seguirá siendo el Simón Araújo: patrimonio vivo de la cultura sucreña.
Rescatar esa larga historia, un tanto dispersa, de leyes, decretos, resoluciones, diplomas, mosaicos, periódicos, testimonios y archivos particulares, sobre el acontecer académico, cultural y deportivo del colegio durante 70 años, es una labor meritoria que solo una persona de solvencia intelectual y de profunda vocación investigativa, como el profesor Eddie José Daniels García, podía realizar con tanta minucia y coherencia.
A él le debemos, los araujistas de todos los tiempos, esta magnífica obra que evidencia nuestra presencia activa al lado de los mejores amigos y la comunidad estudiantil, en aquel hervidero de inquietudes, ilusiones, proyectos, algunos realizados y otros sepultados en ese “cementerio de posibles”, que es el hombre, de que hablara el filósofo Martín Heidegger.
En ese lapso de 70 años (1939-2009) que abarca el estudio, el Simón Araújo pasó, si hacemos el símil, por varias de las etapas de la existencia del hombre: infancia, adolescencia, juventud, adultez y madurez, durante las cuales se han dado grandes batallas para construir y consolidar una Institución educativa de gran prestigio regional y nacional. Presidentes de la República, Ministros e intelectuales visionarios de Cartagena y Sincelejo -actores del proceso-, aunaron esfuerzos y voluntades para que el colegio surgiera a la luz y se convirtiera en la redención de centenares de jóvenes de escasos recursos que vieron con agrado el nacimiento del colegio.
Hoy el Instituto Simón Araújo es un patrimonio educativo y cultural de la Nación, por la proyección académica y profesional de quienes han pasado por sus aulas y los que aún se cultivan en ellas, contribuyendo de esa manera a forjar su historia con su inteligencia y ejecutorias. Quien haya bebido en la fuente de sabiduría del colegio y mantenga vivo su afecto por él, en cualquier escenario en que se desempeñe, por lo menos debe tener en su biblioteca particular este gran testimonio histórico que marcó claros derroteros en su porvenir.
Son muchas las cosas que podría evocar en estos momentos, con la misma emoción con que lo haría cada uno de los araujistas en su paso por el colegio, en tiempos anteriores o posteriores, pues estoy seguro de que cada promoción de bachilleres conlleva su propia historia, con sus inquietudes y particularidades, digna de resaltar y de ser recordada por sus actores. Aún sigue vigente la impronta del “rigor académico” que le imprimió al Simón Araújo su segundo rector, el doctor Alfonso Meluk.
En ese plantel nacieron y se estimularon las diversas vocaciones a disciplinas académicas, humanísticas y literarias. En él cantamos y reímos, pero también lloramos en silencio por amores incomprendidos o por olvidos inesperados. Desde sus ventanas que daban a la calle dedicamos canciones a las colegialas azules que todas las mañanas se dirigían a sus colegios. Allí seleccionamos pasillos, bambucos y boleros para las serenatas de los fines de semana. Allí festejamos la chispa y las anécdotas de los amigos, y padecimos la nostalgia de estar lejos de la casa. Allí dimos nuestros primeros pasos en el campo de las letras. Allí fundamos el periódico Vocero Estudiantil, creamos el Centro Cultural Marco Fidel Suárez y la Tertulia de Montecarlo. Allí se prepararon nuestros deportistas que tantos triunfos le dieron al colegio. De allí han egresado bachilleres que más tarde se han destacado como científicos, matemáticos, poetas, filólogos, académicos, ministros, magistrados, parlamentarios, gobernadores, alcaldes y profesionales en las diversas ramas del saber. Hombres valiosos que han descollado en el panorama nacional e internacional. Allí, bajo el viejo samán del patio, amainamos el cansancio de las tareas cotidianas. Allí, en ese espacio, donde muchas cosas ya no están, aún deben sentirse nuestros pasos, escucharse nuestras voces o percibirse el eco de los recreos bulliciosos de cientos de araujistas que durante seis años compartieron amistades e inquietudes.
Recuerdo con especial afecto a Julio Flórez, Raúl Barrios; Juan de Dios Díaz, Róger Álvarez, Giovanni Quessep, Otto Ricardo; Emiliano Callejas y Adip Isaac, compañeros de tertulia, de labores periodísticas, del Conjunto Tropical, de participaciones culturales en los colegios de la ciudad, de serenatas a las novias de profesores y amigos, y a Sofía Hernández, profesora de canto que se emocionaba con nuestras voces.
Pero es mejor leer el libro. Los araujistas se regocijarán reviviendo en sus páginas los años en que tuvieron la fortuna de ser parte sustancial de esa historia, y los que no han tenido ese privilegio, conocerán a fondo la luminosa trayectoria del colegio que le ha dado realce e identidad académica y cultural a Sincelejo y Sucre.
Eddie José Daniels García, después de varios años de investigación y de grandes esfuerzos, ha logrado publicar un libro que bien merece estar en todas las bibliotecas públicas del Departamento, los municipios y colegios de Sucre, como fuente de conocimiento de la verdadera historia de esta respetable Institución.
Finalmente, quiero decirles, que si pudiera retroceder el tiempo, no dudaría en compartirlo con los mismos amigos, en el mismo colegio y realizar las mismas actividades que me proporcionaron tantas satisfacciones.

martes, 7 de junio de 2011

Instituto Simón Araújo

Templo de colosal sabiduría,
morada de enseñanza cristalina,
refugio donde el libro se ilumina
y nutre de saber durante el día.

La ciencia de tus claustros desafía
el pecado incipiente que germina;
en tus umbrales magistral camina
orgulloso el espejo que te guía.

Un colegio que mueve al estudiante
a tornarse celoso y más pensante
en busca del feliz conocimiento.

Una escuela de paz y de armonía
donde luces de prosa y de poesía,
encienden el calor del pensamiento.

jueves, 31 de marzo de 2011

Hernán, "el veterano portero",

Una institución del Simón Araújo

Alcancé a ver Hernán por última vez unos quince o veinte días antes de morir. Me lo encontré por casualidad en la calle Santander, cerca del almacén Mundocopias, y después del efusivo y fraternal saludo de rigor me hizo un ademán con la cabeza señalándome la dirección del Simón Araújo y me preguntó en el acto: “qué hay de nuevo por allá?”. Era el interrogante que siempre me hacía cada vez que nos encontrábamos y nos deteníamos a conversar sobre algunas generalidades del quehacer cotidiano. Le respondí con mi expresión de costumbre: “nil novi sub sole”, para significarle que en el colegio todo seguía lo mismo y nada nuevo había que comentar. Antes de despedirnos me preguntó que cómo iba el libro que estaba escribiendo sobre el Simón Araújo, le respondí que ya lo había terminado y que me encontraba gestionando los dineros necesarios para la impresión. Siguió por el andén, tranquilo y lento como solía caminar, pero su semblante un poco pálido me llamó la atención y me dejó una leve certeza de su ligera enfermedad.


Por una simple curiosidad, en los días cercanos a su fallecimiento había hablado con Miriam Martínez Arrieta, la eterna y querida secretaria del Simón Araújo, sobre la necesidad de realizar una recolecta entre sus amigos más allegados para regalarle algunos alimentos de primera necesidad. Esto lo pensamos porque sabíamos de sobra las precarias condiciones de vida en que se encontraba y las necesidades económicas que venía soportando desde que se desvinculó del colegio. Sabíamos que la pensión que percibía era bastante irrisoria y no compensaba sus largos años de trabajo en nuestro querido plantel. Sabíamos que desde hacía algún tiempo venía sufriendo algunos quebrantos de salud que le exigían la compra de medicamentos permanente. Asimismo, sabíamos que su retiro del Simón Araújo le había causado una tremenda nostalgia, que no había logrado superar, y en veces lo alejaba de la realidad y lo mantenía sumido en una completa pesadumbre.


Tuve la fortuna de conocer a Hernán, como todo el mundo lo llamaba, a comienzos de 1977 cuando me vinculé como profesor de castellano y Literatura en el Instituto Simón Araújo, el singular plantel sincelejano que por esa época era considerado como uno de los colegios nacionales más prestigiosos de Colombia. Desde mi llegada nos hicimos buenos amigos, y puedo afirmar, con toda sinceridad, que siempre lo tuve como mi más fiel confidente. Hernán era un hombre probo, sincero, discreto y tenía un carisma natural para ganarse la confianza de la gente. Siempre le admiré la facilidad que poseía para grabar los nombres de los profesores recién llegados al colegio, y recuerdo que apenas tenía yo una semana de estar en el Araújo y ya me identificaba por el apellido, y muchas veces bastaba con darle una pista personal para que él reconociera en el acto de qué profesor o empleado se trataba.


Otra cualidad que siempre lo caracterizó y le prodigó una admiración colectiva, fue la gran lucidez que lo asistía para recordar muchos episodios lejanos que habían hecho historia en el colegio y de los cuales él había sido testigo presencial. Recordaba con lujo de detalles el tránsito por la rectoría del Araújo de reputados rectores, como los doctores Arturo Vieira Moreno y Demetrio Vallejo Mendoza en la década del cincuenta. Recordaba el florecimiento que tuvo el colegio en la administración de Antonio Loaiza Cano y Julián Roca Núñez a comienzos de los años sesenta. Relataba con precisión los pormenores que dieron al traste con la rectoría de don Pedro Justo Bula Otero en las postrimerías de 1965. Narraba las intimidades de las administraciones de don Marco Ramírez Mendoza y Dimas Arias Valencia, dos rectores que fueron laureados con sendas huelgas estudiantiles en 1969 y en 1977, sucesos que aún siguen generando comentarios en la ciudadanía y en los egresados araujistas.


El 80% de la vida de Hernán Manuel Aleán Mestra, como era su nombre completo, está ligado al Instituto Simón Araújo. Siendo muy joven, a comienzos de los años cincuenta, se vinculó a este plantel en calidad de portero, puesto que abandonó al poco tiempo por la obligación de tener que irse a prestar el servicio militar. Tras su retorno a Sincelejo, se posesionó nuevamente del cargo en 1954, el cual ejerció hasta finales de la década pasada, es decir, durante casi medio siglo. Tiempo más que suficiente para conocer a cabalidad la idiosincrasia y la ideología de muchísimas de las generaciones que en esos años desfilaron por los claustros araujistas. Y, precisamente, fue su don de gente, y su seriedad y franqueza inalterables, las cualidades que le sirvieron para ganarse la simpatía, la admiración y el respeto de todos los estudiantes en los largos años que se desempeñó como portero del Simón Araújo. Porque, es bien sabido por todos, que jamás hubo un educando que intentara sobornarlo en sus responsabilidades o faltarle al respeto por cualquier inconveniente.


Su larga permanencia en el colegio y la agudeza con que analizaba el desempeño de las administraciones, le daban cierto aire de poder y alguna seguridad para afirmar con certeza un detalle futuro o un hecho que estaba por suceder. Se decía que Hernán sabía con seguridad cuando iba a estallar un movimiento estudiantil, ocasionado por las intransigencias o necedades de un rector. Se comentaba que también sabía cuando un profesor estaba ad portas de ser sacado del colegio por su comprobada deficiencia académica o por cualquier otra anomalía personal. Se rumoraba que él sabía con exactitud cuando era el día preciso del pago y que con su comentario sutil animaba el ambiente en el profesorado. Y también se afirmaba que los estudiantes solo identificaban el sonido de la campana cuando la tocaba Hernán, y que si una persona distinta se aventuraba a hacerlo, el badajo no experimentaba el mismo sonido y la comunidad no respondía al llamado. Y, así como éstas, eran muchas las afirmaciones positivas que se decían de Hernán y que lo ubicaban en un lugar de preferencia dentro del entorno araujista.


A comienzos de 1995, siendo rector del Araújo el profesor Rafael Barrios Ortega, el colegio recibió la visita del doctor Antonio Hernández Gamarra, natural de Sincé, quien había sido bachiller de este plantel en 1961 y se desempeñaba en ese momento como Ministro de Agricultura del gobierno de Ernesto Samper Pizano. El alto funcionario anunció la llegada a su antiguo colegio y la rectoría, como era de esperarse, le organizó una elegante recepción, pues añoraba sacarle algún beneficio a la repentina visita. Para sorpresa de todos, apenas el doctor Hernández pisó el patio del Araújo, lanzó la pregunta inesperada: dónde está Hernán?, aún es el portero?. Ante el llamado del rector, Hernán se hizo presente y después de un fuerte abrazo, el Ministro se retrató con él y le prometió ayudarlo en los trámites de su jubilación, que para esa época ya Hernán venía gestionando y se encontraba empantanada, como ha sido la tradición, en los vericuetos de las oficinas bogotanas. Sin embargo, el encopetado funcionario no cumplió, porque, ni las promesas hechas a Hernán, ni otras que ofreció para el colegio, lograron cristalizarse.


Por fin, a mediados de 1997, tras un largo y angustioso proceso de espera, logró sacar la pensión de jubilación. Esto lo obligó a separarse del colegio. En los primeros meses de retiro solía llegar al Araújo, arrastrado tal vez por la nostalgia de su pasión laboral. Con el tiempo suspendió las visitas y su presencia se fue borrando lentamente de la comunidad educativa. Sólo estaba presente en la memoria de aquellos profesores y empleados administrativos que siempre lo estimamos y recordábamos con frecuencia. De vez en cuando lo encontrábamos en la calle, sobre todo, los fines de mes, cuando salía a cobrar su mesada pensional. El miércoles 11 de agosto, fuimos sorprendidos con la noticia de su repentino fallecimiento, y la comunidad araujista lamentó profundamente su deceso. Frisaba 76 años de edad, pues había nacido el 10 de enero de 1934 en San Andrés de Sotavento, el bello pueblo cordobés que abandonó siendo un adolescente para trasladarse a Sincelejo y vincularse como portero del muy joven y renombrado Instituto Simón Araújo.