Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

jueves, 9 de septiembre de 2010

“La muchachita”

Otro clásico del vallenato


Más de treinta y cinco años han transcurrido desde que Jorge Oñate, el cantante estelar del recordado conjunto de los hermanos López, conocido desde entonces como “El ruiseñor del Cesar”, popularizó el disco “La muchachita” y lo convirtió indiscutiblemente en un clásico de la música vallenata. Finalizaba el año de 1974, cuando el país, que aún se encontraba festejando la llegada del “mandato claro”, el celebérrimo gobierno de Alfonso López Michelsen, fue sorprendido con la grabación de esta insuperable joya musical, que, apenas salió al mercado, penetró en el sentimiento popular y cautivó la atención de la inmensa fanaticada que siempre ha rodeado a la música vallenata.
“La muchachita”, junto con once temas más de reconocidos compositores vallenatos, apareció en el álbum Rosa Jardinera, un long play que llamaba la atención por el diseño de las letras y el fascinante colorido que presentaba. En el anverso figuraban Miguel López, exhibiendo un rostro severo, ennoblecido con su robusto bigote, y Jorge Oñate, luciendo una camisa bordada y una poblada y larga cabellera, costumbre que estuvo bastante de moda en esa época. En el reverso, además de la imagen del inigualable cantante, aparecían las carátulas de todos los elepés grabados por los hermanos López desde 1971, discos que se habían convertido en verdaderos éxitos del folclor vallenato y actualmente siguen teniendo la misma vigencia y resonancia de sus años mozos.
Años antes, el disco ya había sido grabado por Alejo Durán, su autor, pero en su momento no había conquistado la fama ni la aceptación que alcanzó con Jorge Oñate. No había pasado de ser una más de las tantas canciones pasajeras del primer rey vallenato, que sólo servían para completar los temas de los numerosos elepés que hoy conforman su voluminosa antología musical. Estaba más bien en el anonimato, y nunca llegó a compararse con otras composiciones inmortales del maestro, como “La trampa”, “Fidelina”, “Alto del Rosario”, “039” o “La cachucha bacana”. Las canciones que le habían dado la fama y siempre son incluidas, sin excepción, en cualquiera de las selecciones de Alejo Durán que ofrecen las casas disqueras. .
Por esos tiempos, en el sentimiento popular, distraído frecuentemente con tantas canciones febriles, apenas quedaba un vago recuerdo de “La muchachita”, la efímera canción del prestigioso acordeonista de las “tres sedes”, según el mismo Durán solía calificarse. Por eso, cuando Jorge Oñate la cantó en 1974, la gente no dudó en aceptarla y reconocerla como una de las viejas canciones del maestro Alejo, que habían tenido un paso transitorio por el ambiente musical. Sin embargo, ahora, totalmente remozada, causaba un placer inagotable por su arquitectura distinta: primero, la maestría y genialidad empleadas por Miguel López en el manejo del acordeón, para imitar, modernizar y embellecer el estilo de Alejo Durán, sobre todo, en el empleo de los bajos, y segundo, la penetrante y agradable voz de Jorge Oñate, que, con su tesitura perfecta, logró cautivar, como solía ocurrir siempre, la admiración y los afectos de la monumental fanaticada.
Como casi todas las canciones de Alejo Durán, “La muchachita” es un paseo de tono sencillo y discreto, que cautiva y penetra con agilidad en la emoción de los oyentes. Podría afirmarse que por su brevedad y tenor lírico es una especie de madrigal, que deja ver sutilmente el fondo amoroso que caracteriza este tipo de composiciones poéticas. Son tres estrofas de cuatro versos octosílabos, con rimas vocal y consonante alternadas, que impactan por la perfección métrica y la sensibilidad temática: “Yo tengo una muchachita / es una muchacha bella / pero a mí me mortifica / que no puedo hablar con ella”. Jorge Oñate, maestro del arte musical, se lució entonando estas estrofas, e hizo de “La muchachita”, sin lugar a dudas, una canción antológica e inmortal de la música colombiana.

Calixto Ochoa Campo

“El humanitario” por excelencia



Ningún título me podría resultar mejor para calificar este artículo sobre Calixto Ochoa Campo, el reconocido acordeonista y compositor caribeño, radicado hace muchos años en la ciudad de Sincelejo, y que tantos aportes significativos le ha brindado al folclor vallenato durante más de medio siglo. Y lo califico de “el humanitario”, porque éste es el nombre de una de sus más bellas canciones, grabada hace ya varias décadas, que él mismo compuso para calificarse personalmente, y hoy, tanto por su contenido como por su forma, es catalogada como una verdadera pieza clásica dentro de la música colombiana.

Siempre he considerado que el talante musical de Calixto Ochoa Campo, al igual que el de muchos otros compositores colombianos, está marcado por un sello de perfecta originalidad, difícil de aplicarle comparaciones veleidosas o imitaciones temáticas. Porque, resulta imposible desconocer, que el tenor de la gran mayoría de sus canciones está matizado con un sobrio lirismo, muchas veces de tono dramático, que cala sutilmente en el sentimiento de todas las personas que son fanáticas de sus composiciones. Y creo que no existe un solo colombiano, concretamente de la Costa Caribe, que no haya experimentado en algún momento el deleite emocional que producen los episodios narrados en sus infinitas creaciones musicales.

Y, en relación con los ritmos y las notas melódicas, Calixto Ochoa Campo, al igual que otros prestigiosos acordeonistas, como Alejandro Durán, “Colacho” Mendoza, Alfredo Gutiérrez y Emilianito Zuleta, son auténticos maestros en el manejo de este maravilloso instrumento. Sólo ellos, puede afirmarse con absoluta seguridad, han creado escuelas dentro del arte vallenato y exhiben un estilo inimitable, que los presenta como verdaderos artistas de este género musical. Porque, dentro de la interminable lista de músicos y cantantes que existen o han existido, contemporáneos o posteriores a ellos, es fácil identificar la influencia que estas nuevas generaciones han recibido de los grandes acordeonistas mencionados. Nadie ha podido escapar al embrujo producido por los bajos complacientes de Alejo Durán o a las notas penetrantes y sugerentes de Calixto Ochoa.

Durante mi larga permanencia en Sincelejo, que supera ya los treinta años, he tenido la oportunidad de charlar y compartir con el maestro Calixto en diversas ocasiones. Pero, de todos nuestros encuentros, el más fructífero ocurrió a comienzos de de 1987, hace casi veinticinco años, en una invitación que él le cursó a don Alvaro Sprockel Mendoza, cuando éste se desempeñaba como rector del Instituto Simón Araújo de esta ciudad. El gran compositor deseaba agradecerle unos cupos que don Alvaro le había facilitado en el mencionado colegio. Ese día, sin ningún conjunto abordo, sin ningún acompañante, el Maestro se lució ejecutando el acordeón y cantando fragmentos de sus canciones preferidas o de aquéllas que gentilmente le solicitábamos. Durante la velada, tuve tiempo de sobra para apreciar su sencillez, valorar su carisma y sus calidades humanas y, sobre todo, pude comprobar su tremenda capacidad creadora y su insuperable talento musical.

Desde muy joven he profesado una gran admiración por la música y las canciones de este destacado compositor caribeño. Recuerdo mis años de estudios en el Colegio Pinillos de Mompós, centrados en la década de los años sesenta, cuando experimenté las primeras sensaciones que me causaron los discos de Calixto Ochoa, quien en ese tiempo solía ir con asidua frecuencia a la “Ciudad Valerosa” para amenizar las casetas existentes en esa época. Guardo en mi memoria los infinitos placeres que me producían las notas de discos inmortales, como “Los sabanales”, “Playas marinas”, “Lirio Rojo”, “Mata e’ caña”, “El parquecito”, “La reina del espacio” y muchos más, cuyas melodías inefables causaban demasiado placer y llenaban de furor y emoción a los enloquecidos bailadores.

También, desde esa época empezaron a llamarme la atención las distintas creaciones dedicadas a las mujeres, que, seguramente, habían tenido alguna significación en su vida. Algunas composiciones tituladas con los nombres de pila, como Diana, Marta, Marily, Miriam, Norma, Irene, Norfidia, Crucita, Amparito, y, otras veces, canciones dedicadas a mujeres, calificadas con adjetivos cariñosos, como “La china”, “La llanerita, “Muñeca linda”, “Palomita volantona”, o también, con atributos despectivos, como “La india motilona”, “La ombligona” o “La flaca vitola”. Asimismo, como solía ocurrirle a mucha gente, me despertaban el interés aquellos discos con temas pintorescos, como “El pirulino”, “Remanga”, “El calabacito”, “El viejo del sombrerón” y otros similares que causaban muchísima satisfacción en los oyentes.

Sin embargo, dentro de su abundante repertorio temático, solo comparable a las extensas producciones de los compositores José Barros y Jorge Villamil, la canción del maestro Calixto Ochoa que desde siempre me ha llamado la atención es “El humanitario”, grabada por él hace casi medio siglo y más tarde por el conjunto de Poncho Zuleta y “Colacho” Mendoza en 1975. Y me causa admiración, porque sabiendo que el autor tuvo una escasa formación escolar, ésta es una pieza que se caracteriza por presentar una arquitectura perfecta. Son tres estrofas de versos alejandrinos con rima vocálica alternada y una pausa interna en la sílaba octava, lo que origina dos hemistiquios desiguales de ocho y seis sílabas, respectivamente. Al entonarla, las estrofas resultan de seis y ocho versos, debido a la repetición en pares que, para darle más belleza a la melodía, les aplica el autor.

Tengo conocimiento de que el maestro Calixto Ochoa Campo es natural de Valencia de Jesús, un llamativo pueblo del Cesar, donde nació en 1934. Sin embargo, hace más de medio siglo se radicó en Sincelejo, y aquí se dedicó a perfeccionar el manejo del acordeón, afición que había iniciado siendo muy joven en el hogar familiar. En esta ciudad se conoció con Alfredo Gutiérrez, con quien ha mantenido una entrañable amistad desde comienzos de los años sesenta. Se coronó como tercer “Rey vallenato” en 1970 y desde entonces se ha mantenido en el pináculo de la fama como uno de los mejores acordeonistas y compositores de Colombia. Ha sido galardonado con varias medallas y distinciones en diversos departamentos, y son incontables los premios y trofeos que ha recibido por la popularidad de sus canciones.

Hoy, alejado un poco de la creación musical, y acosado desde hace algún tiempo por unos ligeros quebrantos de salud, permanece en su residencia de Sincelejo, siempre en estado de alerta para superar cualquier crisis momentánea. Aquí, fiel a la intención de seguir explotando su talento artístico, continúa saboreando la gloria que le reportaron sus canciones magistrales, atendiendo a los amigos que lo visitan frecuentemente, manifestando su solidaridad comunitaria y demostrando, a todas luces, que sigue siendo para todos los colombianos y, en particular para sus muchísimos admiradores, el genial compositor polifacético, pero, sobre todo, “el humanitario por excelencia” de la música vallenata.