Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

viernes, 24 de julio de 2009

En los Consejos Comunales

El Presidente carga su payaso


Para contrarrestar un poco el fastidio y el aburrimiento que producen las ocho o diez horas que gastan los desaliñados ‘Consejos comunales de gobierno’, el presidente Uribe, valiéndose de su natural ancestro paisa, desde hace algunos meses carga su payaso. Éste es el encargado de montar su show cuando ha transcurrido más o menos la mitad de la jornada y el ambiente comienza a saturarse a causa del bostezo, la modorra y el sueño de los asistentes. Antes de su presentación, ya las cámaras lo han enfocado varias veces, por eso los televidentes nos hemos acostumbrado a verlo ubicado en la zona V.I.P. con las piernas estiradas, un tanto despeinado, haciendo muecas pueriles y con su riguroso atuendo de siempre: pantalón de tono claro y camisa amarilla arremangada.
Apenas el Presidente proclama su intervención, la que viene anunciando reiteradamente, el payasito se pavonea e inicia su espectáculo con una perorata cantinflesca, donde son visibles la pobreza ideológica, las sugerencias insignificantes y los chispazos irreverentes. Para colmo, toda su oratoria cursilera la sazona con un tinte de lambonería uribista, que el Presidente muchas veces se siente apenado ante el público, reacciona indiferente a los halagos y sólo alcanza a reflejar una ligera sonrisa. Entonces, aprovecha el clímax de su presentación para demostrar su histrionismo chocarrero y exhibir los objetos que ha consagrado para ese momento: velas encendidas, micos bailarines, serpientes indefensas, flores silvestres o cualquier otro disparate que provoque la risa del público.
Y con la febril actuación en los consejos comunales del presidente Uribe, ya son varios los lugares donde este bufoncito barranquillero ha cumplido un irrelevante papel protagónico. Recordemos que hace apenas algunos años su tarima de acción era nada más y nada menos que el glorioso Congreso de la República. Allí, fungiendo de senador, se dio el lujo de profanar día tras día ese histórico recinto, el mismo que en épocas doradas fuera tribuna de prestigiosos oradores y connotados políticos colombianos. Diariamente llegaba vestido de manera estrafalaria, y en su inmerecida curul exhibía frascos de veneno, goleros pichones, ratas hambrientas, alacranes ponzoñosos, y toda clase de bichos raros, que utilizaba para ilustrar sus intervenciones prosaicas y sus críticas insustanciales. Sin embargo, jamás hubo en esa insigne Corporación un código de ética o cualquier otro reglamento disciplinario que le impidiera realizar sus permanentes fantochadas.
Otro escenario propicio, donde le dio soltura a sus ridículas excentricidades y disfrutó plenamente sus ritos infantiles, fue la capital de la república, cuando le picó el prurito de ser el alcalde y aspiró en dos oportunidades, en la década de los noventa. Por fortuna, el palacio de Liévano se libró de tener como huésped a semejante esperpento, pues la primera vez fue derrotado por Antanas Mokus, y la segunda, por Enrique Peñalosa. En esa época abandonó el cargo de rector de la Universidad del Trabajo, una supuesta institución superior que había fundado en Bogotá para brindar educación a bajo costo, hacerse conocer por los estratos del bajo mundo y fortalecer con ello su perfil electorero.
Y, hace dos años largos, para premiar sus actuaciones desenfrenadas, el alto gobierno cometió la absurda decisión de nombrarlo embajador en un país africano. Orondo y con la designación a cuestas se presentó al Palacio de San Carlos, despacho de la cancillería, y protagonizó serios escándalos porque pretendía posesionarse pasándose por la faja los reglamentos protocolarios. Empero, como dice el refrán “zapatero a tus zapatos”, más demoró el presidente Uribe en firmar el decreto, que el pintoresco currambero en abandonar la sede diplomática. Creo que escasamente alcanzó a permanecer un año. En seguida retornó a Colombia, y desde entonces mantiene una línea abierta con la Casa de Nariño, para estar informado dónde es la próxima actuación del Presidente, viajar al sitio con antelación y preparar todo lo necesario para cumplir fiel y cabalmente con su acertado papel de “payasito de los consejos comunales de gobierno”.

Crónica Biográfica

Breves evocaciones sobre Joce Daniels,
Marqués de la Taruya


Uno de los hechos más significativos y comentados del “Marqués de la taruya” lo protagonizó a comienzos de l974 cuando regentaba la rectoría del Colegio Cooperativo de Bachillerato de Talaigua Nuevo, Bolívar, su pueblo natal. Para esa época estaba recién llegado del Banco, Magdalena, donde se había estrenado como catedrático de Filosofía y Ciencias Religiosas de un prestigioso plantel educativo, tras haber abandonado súbitamente la repentina vocación sacerdotal que había iniciado dos años antes en el seminario de La Ceja, Antioquia, ante la sorpresa de sus padres, sus amigos y compañeros de estudios.
En la madrugada de la víspera de la inauguración de las nuevas instalaciones del Cooperativo, acolitado por varios estudiantes, manchó con consignas antigobiernistas y revolucionarias las impecables paredes del colegio, que horas más tarde sería el espléndido escenario que tendría como invitados especiales a varios politiqueros oportunistas que habían llegado desde Cartagena y Mompós, y querían figurar ante el pueblo como los benefactores de la nueva y promisoria institución. De esta manera, “el Marqués” le daba inicio a las escaramuzas izquierdistas que comenzaba a cimentar en su espíritu rebelde, y se sentía más que satisfecho de haber cumplido con esta formidable acción, que fue aprobada por pocos y repudiada por un gran porcentaje de la población.
En su discurso inaugural, el cual le correspondía pronunciar como rector, fue beligerante, polémico y conciso en sus planteamientos, y con la carga emocional de sus expresiones, quedó claro ante el público que él había sido el autor intelectual del episodio denigrante que mancilló las paredes del colegio. En ese momento, fueron muchos los que creyeron que una oratoria de esta magnitud sería causal de una destitución inminente. Sin embargo, todo volvió a la normalidad y transcurrieron casi dos años antes de ser trasladado para un colegio similar en Zambrano, Bolívar, donde a los pocos meses propició un hecho similar, que por poco lo manda a la guandoca. Ante la miseria y las muchas necesidades del colegio, organizó y adiestró a un grupo de estudiantes para que invadieran la alcaldía y lanzaran allí sus protestas contra el régimen. Como era de esperarse, alguien lo acusó de ser el genio oculto de la revuelta y, ante el peligro de caer prisionero, atravesó el país de norte a sur para recalar en Pasto, donde a los pocos meses ya figuraba como un excelente estudiante de dos facultades clásicas en la Universidad de Nariño. En esta institución se hizo famoso por sus encendidas intervenciones en las protestas estudiantiles, realizó sus primeros pinitos periodísticos y aquilató prestigio por una columna de interés general que escribía en “El Derecho”, un reconocido órgano informativo de ese claustro universitario y que firmaba con el singular alias de Lamondá.
El “Marqués de la taruya” vio la luz de la existencia el 28 de julio de l948 en Talaigua Nuevo, hoy un joven y amañador municipio del departamento de Bolívar que logró independizarse de la férula momposina en 1985. En la época de su nacimiento el país vivía los estragos de la violencia bipartidista y aún no había logrado recuperarse del impacto doloroso que le causó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán tres meses antes. Es hijo de Tomás Daniels Avendaño, un reconocido maestro de escuela de ascendencia libanesa que escribía con letra barroca y dominaba la gramática de Bello, y Donatila García Maldonado, una mujer alegre y espontánea que bailaba chandé y era diestra en el arte de la modistería. De ella aprendió las primeras letras en la cartilla de cartón detrás de la máquina de coser, y de ella heredó, con toda su seguridad, su vocación literaria, especialmente su talento para el relato costumbrista y la narración mitológica.
Los abriles de su infancia los vivió al lado de sus padres y sus ocho hermanos, mayores y menores, en una humilde casa ubicada en la calle de la albarrada, percibiendo las olas y las taruyas que embellecían las inmutables aguas del Rio Grande de la Magdalena. Su pasión de niño era presenciar el acuatizaje de los hidroaviones que llegaban a la empresa Andian de Santana, Magdalena, y ver pasar los remolcadores y barcos de vapor que viajaban desde Barranquilla hasta el interior de la república.
Junto con sus compañeros del alma, Andresito Núñez, Jorge “Gito” Castro y “Pello Juana” Mancera, organizó los primeros equipos de fútbol que le dieron alegría con sus prácticas vespertinas a la plaza del cementerio. Siendo aún muy niño se vio malogrado por dos hechos que estropearon su vida: la rotura de la pierna derecha a la altura del fémur, que lo mantuvo postrado durante más de seis meses, y una espina grande de bocachico que se le incrustó en la barriga, y ante la imposibilidad de extraérsela desapareció con el tiempo. A esto se suman algunos puyazos de raya, que lo mantenían quieto y alejado del bullicio infantil en períodos más cortos.
Un caso curioso y llamativo, que particulariza al “Marqués de la taruya” es haber cursado el bachillerato en cuatro instituciones distintas. Inició sus estudios en un plantel de Barrancabermeja en l964, continuó en el Colegio María Auxiliadora de Santana, Magdalena, pasó al Colegio Departamental de Bachillerato en Soledad, Atlántico, y finalmente ingresó al Colegio Nacional Pinillos de Mompós, donde cursó los tres últimos años y se graduó con honores en l969. Aquí, en las aulas de este glorioso plantel, se hizo célebre por ser un alumno polémico, amante de la filosofía, simpatizante de las ideas revolucionarias y, sobre todo, antigobiernista en exceso.
Aquí, también dio muestras de su liderazgo natural, de su gran capacidad oratoria y de su tremenda facilidad para la improvisación. Todas estas cualidades le granjearon mucha admiración y simpatía en el profesorado de la época y en la comunidad pinillista. Por eso, en 1970, cuando decidió ingresar al seminario de La Ceja para hacerse sacerdote, todo el mundo se sintió sorprendido por esta determinación y no faltó quien lo asociara con Camilo Torres, aquel infortunado “cura guerrillero” que el gobierno había asesinado tres años antes.
Los años de permanencia en Pasto y su tránsito por la histórica Universidad de Nariño fueron de mucho provecho y beneficio para el “Marqués de la Taruya”. El ambiente apacible de esta ciudad y la profusa biblioteca universitaria acrecentaron su pasión por los libros, incentivaron su placer investigativo y lo convirtieron en un lector voraz e incansable. Por esa época, tuvo tiempo de sobra para leer a Carlos Marx, Federico Engels, Mao Tse Tung y muchos otros revolucionarios y pensadores de la historia, que, por supuesto, ejercieron una notable influencia en su formación humanística. También inició por esos tiempos la lectura de los grandes clásicos de la literatura francesa, española y rusa, que vienen siendo desde entonces sus escritores predilectos. Allí comenzó su militancia en el MOIR, el beligerante movimiento marxista-leninista que desapareció hace algunos años por sustracción de materia.
Pero, como era natural, desde esa lejana población, enclaustrada en las moles andinas, el “Marqués de la Taruya”, extrañaba su Caribe del alma, el vallenato romántico y costumbrista, la salsa barranquillera, los amigos de infancia, el calor familiar y, sobre todo, las anécdotas y relatos de su madre, que seguía incansable en su máquina de coser. Por esta razón, a comienzos de los años ochenta, tal vez hastiado de la idiosincrasia pastusa, se trasladó a Cartagena, “la ciudad más bella del mundo”, como él siempre la ha calificado. Sin pérdida de tiempo, ingresó a la Facultad de Derecho de la prestigiosa universidad bolivarense, fue líder estudiantil, miembro del Consejo Superior, se graduó de abogado, pero jamás ha ejercido la profesión. Él, lo mismo que ocurrió con García Márquez a mediados del siglo pasado, no quería ser abogado, sino que soñaba ser escritor. Y ha encontrado en la antiquísima Ciudad Heroica el ambiente favorable para desarrollar su talento literario, el cual empezó a demostrar desde niño, haciendo relatos fabulosos en los bancos de la escuela primaria.
Quizás uno de los hechos más importantes en la vida revolucionaria fue el atentado que sufrió el 8 de mayo de 1977 en la población de El Limón, en una de las muchas huelgas de la USO, y del que se salvó milagrosamente gracias a la oportuna intervención de varios trabajadores de la Empresa ECOPETROL y de su amigo de infancia Fernel Matute Lobo, más conocido como Mojarraloca y a quien le dedicó su novela El Millero Encantado.
Hoy, apartado totalmente de las ciencias jurídicas, se ha dedicado de lleno y con mucho acierto a la creación literaria, la cual combina con la academia al ejercer la cátedra en algunos centros universitarios. En este campo, siempre ha gozado de un singular prestigio en el ambiente ciudadano. Su obra artística abarca distintos géneros literarios, que le han merecido un amplio reconocimiento en el panorama nacional. Su pluma es exquisita en la novela citadina, el cuento costumbrista y el ensayo mitológico. Asimismo, sus conferencias sobre la historia y génesis del lenguaje, semblanzas y caracterización de personajes ilustres, arte y oficio del escritor, son de impecable factura. También es considerado un excelente obitólogo, sobre todo en Talaigua, su pueblo querido, donde ha pronunciado sendas oraciones fúnebres siempre que fallece un ilustre personaje. Desde hace varios años es el presidente vitalicio de la Asociación de Escritores de la Costa, una entidad casi anónima, sin ánimo de lucro, que tiene su sede en Cartagena y se reúne periódicamente para comentar y socializar temas literarios. Y, como es natural, realizar también una que otra francachela y, por supuesto, darle relevancia y saciedad a los elogios mutuos.

E mail: eddiejose2@gmail.com