Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

jueves, 1 de diciembre de 2011

SETENTA AÑOS DEL ARAUJO: UNA HISTORIA FASCINANTE

Por José Manuel Vergara

Palabras pronunciadas en el acto de presentación del libro

EL INSTITUTO SIMÓN ARAUJO: SETENTA AÑOS DE GLORIA EDUCATIVA

Acto realizado el día 16 de septiembre del año 2011 en el Teatro Municipal de Sincelejo


Quiero agradecer al profesor Eddie José Daniels García, la oportunidad que me ha brindado de volver a vivir la emoción que siento en estos momentos, pues no es cualquier privilegio el de poder estar en esta ceremonia de lanzamiento del primer tomo de un libro que recoge en sus páginas la fascinante historia del colegio más importante de la región, como es el Instituto Simón Araújo de Sincelejo.
La lectura del libro, de impecable edición, no solo me traslada con el recuerdo a la década del 50, cuando lleno de entusiasmo y optimismo ingresé a las aulas del colegio donde se forjaron amistades que aún perduran y se abrieron horizontes promisorios a muchos jóvenes de Sincelejo y pueblos aledaños, sino que logró crear en mí una visión total de lo que fue, es y seguirá siendo el Simón Araújo: patrimonio vivo de la cultura sucreña.
Rescatar esa larga historia, un tanto dispersa, de leyes, decretos, resoluciones, diplomas, mosaicos, periódicos, testimonios y archivos particulares, sobre el acontecer académico, cultural y deportivo del colegio durante 70 años, es una labor meritoria que solo una persona de solvencia intelectual y de profunda vocación investigativa, como el profesor Eddie José Daniels García, podía realizar con tanta minucia y coherencia.
A él le debemos, los araujistas de todos los tiempos, esta magnífica obra que evidencia nuestra presencia activa al lado de los mejores amigos y la comunidad estudiantil, en aquel hervidero de inquietudes, ilusiones, proyectos, algunos realizados y otros sepultados en ese “cementerio de posibles”, que es el hombre, de que hablara el filósofo Martín Heidegger.
En ese lapso de 70 años (1939-2009) que abarca el estudio, el Simón Araújo pasó, si hacemos el símil, por varias de las etapas de la existencia del hombre: infancia, adolescencia, juventud, adultez y madurez, durante las cuales se han dado grandes batallas para construir y consolidar una Institución educativa de gran prestigio regional y nacional. Presidentes de la República, Ministros e intelectuales visionarios de Cartagena y Sincelejo -actores del proceso-, aunaron esfuerzos y voluntades para que el colegio surgiera a la luz y se convirtiera en la redención de centenares de jóvenes de escasos recursos que vieron con agrado el nacimiento del colegio.
Hoy el Instituto Simón Araújo es un patrimonio educativo y cultural de la Nación, por la proyección académica y profesional de quienes han pasado por sus aulas y los que aún se cultivan en ellas, contribuyendo de esa manera a forjar su historia con su inteligencia y ejecutorias. Quien haya bebido en la fuente de sabiduría del colegio y mantenga vivo su afecto por él, en cualquier escenario en que se desempeñe, por lo menos debe tener en su biblioteca particular este gran testimonio histórico que marcó claros derroteros en su porvenir.
Son muchas las cosas que podría evocar en estos momentos, con la misma emoción con que lo haría cada uno de los araujistas en su paso por el colegio, en tiempos anteriores o posteriores, pues estoy seguro de que cada promoción de bachilleres conlleva su propia historia, con sus inquietudes y particularidades, digna de resaltar y de ser recordada por sus actores. Aún sigue vigente la impronta del “rigor académico” que le imprimió al Simón Araújo su segundo rector, el doctor Alfonso Meluk.
En ese plantel nacieron y se estimularon las diversas vocaciones a disciplinas académicas, humanísticas y literarias. En él cantamos y reímos, pero también lloramos en silencio por amores incomprendidos o por olvidos inesperados. Desde sus ventanas que daban a la calle dedicamos canciones a las colegialas azules que todas las mañanas se dirigían a sus colegios. Allí seleccionamos pasillos, bambucos y boleros para las serenatas de los fines de semana. Allí festejamos la chispa y las anécdotas de los amigos, y padecimos la nostalgia de estar lejos de la casa. Allí dimos nuestros primeros pasos en el campo de las letras. Allí fundamos el periódico Vocero Estudiantil, creamos el Centro Cultural Marco Fidel Suárez y la Tertulia de Montecarlo. Allí se prepararon nuestros deportistas que tantos triunfos le dieron al colegio. De allí han egresado bachilleres que más tarde se han destacado como científicos, matemáticos, poetas, filólogos, académicos, ministros, magistrados, parlamentarios, gobernadores, alcaldes y profesionales en las diversas ramas del saber. Hombres valiosos que han descollado en el panorama nacional e internacional. Allí, bajo el viejo samán del patio, amainamos el cansancio de las tareas cotidianas. Allí, en ese espacio, donde muchas cosas ya no están, aún deben sentirse nuestros pasos, escucharse nuestras voces o percibirse el eco de los recreos bulliciosos de cientos de araujistas que durante seis años compartieron amistades e inquietudes.
Recuerdo con especial afecto a Julio Flórez, Raúl Barrios; Juan de Dios Díaz, Róger Álvarez, Giovanni Quessep, Otto Ricardo; Emiliano Callejas y Adip Isaac, compañeros de tertulia, de labores periodísticas, del Conjunto Tropical, de participaciones culturales en los colegios de la ciudad, de serenatas a las novias de profesores y amigos, y a Sofía Hernández, profesora de canto que se emocionaba con nuestras voces.
Pero es mejor leer el libro. Los araujistas se regocijarán reviviendo en sus páginas los años en que tuvieron la fortuna de ser parte sustancial de esa historia, y los que no han tenido ese privilegio, conocerán a fondo la luminosa trayectoria del colegio que le ha dado realce e identidad académica y cultural a Sincelejo y Sucre.
Eddie José Daniels García, después de varios años de investigación y de grandes esfuerzos, ha logrado publicar un libro que bien merece estar en todas las bibliotecas públicas del Departamento, los municipios y colegios de Sucre, como fuente de conocimiento de la verdadera historia de esta respetable Institución.
Finalmente, quiero decirles, que si pudiera retroceder el tiempo, no dudaría en compartirlo con los mismos amigos, en el mismo colegio y realizar las mismas actividades que me proporcionaron tantas satisfacciones.

martes, 7 de junio de 2011

Instituto Simón Araújo

Templo de colosal sabiduría,
morada de enseñanza cristalina,
refugio donde el libro se ilumina
y nutre de saber durante el día.

La ciencia de tus claustros desafía
el pecado incipiente que germina;
en tus umbrales magistral camina
orgulloso el espejo que te guía.

Un colegio que mueve al estudiante
a tornarse celoso y más pensante
en busca del feliz conocimiento.

Una escuela de paz y de armonía
donde luces de prosa y de poesía,
encienden el calor del pensamiento.

jueves, 31 de marzo de 2011

Hernán, "el veterano portero",

Una institución del Simón Araújo

Alcancé a ver Hernán por última vez unos quince o veinte días antes de morir. Me lo encontré por casualidad en la calle Santander, cerca del almacén Mundocopias, y después del efusivo y fraternal saludo de rigor me hizo un ademán con la cabeza señalándome la dirección del Simón Araújo y me preguntó en el acto: “qué hay de nuevo por allá?”. Era el interrogante que siempre me hacía cada vez que nos encontrábamos y nos deteníamos a conversar sobre algunas generalidades del quehacer cotidiano. Le respondí con mi expresión de costumbre: “nil novi sub sole”, para significarle que en el colegio todo seguía lo mismo y nada nuevo había que comentar. Antes de despedirnos me preguntó que cómo iba el libro que estaba escribiendo sobre el Simón Araújo, le respondí que ya lo había terminado y que me encontraba gestionando los dineros necesarios para la impresión. Siguió por el andén, tranquilo y lento como solía caminar, pero su semblante un poco pálido me llamó la atención y me dejó una leve certeza de su ligera enfermedad.


Por una simple curiosidad, en los días cercanos a su fallecimiento había hablado con Miriam Martínez Arrieta, la eterna y querida secretaria del Simón Araújo, sobre la necesidad de realizar una recolecta entre sus amigos más allegados para regalarle algunos alimentos de primera necesidad. Esto lo pensamos porque sabíamos de sobra las precarias condiciones de vida en que se encontraba y las necesidades económicas que venía soportando desde que se desvinculó del colegio. Sabíamos que la pensión que percibía era bastante irrisoria y no compensaba sus largos años de trabajo en nuestro querido plantel. Sabíamos que desde hacía algún tiempo venía sufriendo algunos quebrantos de salud que le exigían la compra de medicamentos permanente. Asimismo, sabíamos que su retiro del Simón Araújo le había causado una tremenda nostalgia, que no había logrado superar, y en veces lo alejaba de la realidad y lo mantenía sumido en una completa pesadumbre.


Tuve la fortuna de conocer a Hernán, como todo el mundo lo llamaba, a comienzos de 1977 cuando me vinculé como profesor de castellano y Literatura en el Instituto Simón Araújo, el singular plantel sincelejano que por esa época era considerado como uno de los colegios nacionales más prestigiosos de Colombia. Desde mi llegada nos hicimos buenos amigos, y puedo afirmar, con toda sinceridad, que siempre lo tuve como mi más fiel confidente. Hernán era un hombre probo, sincero, discreto y tenía un carisma natural para ganarse la confianza de la gente. Siempre le admiré la facilidad que poseía para grabar los nombres de los profesores recién llegados al colegio, y recuerdo que apenas tenía yo una semana de estar en el Araújo y ya me identificaba por el apellido, y muchas veces bastaba con darle una pista personal para que él reconociera en el acto de qué profesor o empleado se trataba.


Otra cualidad que siempre lo caracterizó y le prodigó una admiración colectiva, fue la gran lucidez que lo asistía para recordar muchos episodios lejanos que habían hecho historia en el colegio y de los cuales él había sido testigo presencial. Recordaba con lujo de detalles el tránsito por la rectoría del Araújo de reputados rectores, como los doctores Arturo Vieira Moreno y Demetrio Vallejo Mendoza en la década del cincuenta. Recordaba el florecimiento que tuvo el colegio en la administración de Antonio Loaiza Cano y Julián Roca Núñez a comienzos de los años sesenta. Relataba con precisión los pormenores que dieron al traste con la rectoría de don Pedro Justo Bula Otero en las postrimerías de 1965. Narraba las intimidades de las administraciones de don Marco Ramírez Mendoza y Dimas Arias Valencia, dos rectores que fueron laureados con sendas huelgas estudiantiles en 1969 y en 1977, sucesos que aún siguen generando comentarios en la ciudadanía y en los egresados araujistas.


El 80% de la vida de Hernán Manuel Aleán Mestra, como era su nombre completo, está ligado al Instituto Simón Araújo. Siendo muy joven, a comienzos de los años cincuenta, se vinculó a este plantel en calidad de portero, puesto que abandonó al poco tiempo por la obligación de tener que irse a prestar el servicio militar. Tras su retorno a Sincelejo, se posesionó nuevamente del cargo en 1954, el cual ejerció hasta finales de la década pasada, es decir, durante casi medio siglo. Tiempo más que suficiente para conocer a cabalidad la idiosincrasia y la ideología de muchísimas de las generaciones que en esos años desfilaron por los claustros araujistas. Y, precisamente, fue su don de gente, y su seriedad y franqueza inalterables, las cualidades que le sirvieron para ganarse la simpatía, la admiración y el respeto de todos los estudiantes en los largos años que se desempeñó como portero del Simón Araújo. Porque, es bien sabido por todos, que jamás hubo un educando que intentara sobornarlo en sus responsabilidades o faltarle al respeto por cualquier inconveniente.


Su larga permanencia en el colegio y la agudeza con que analizaba el desempeño de las administraciones, le daban cierto aire de poder y alguna seguridad para afirmar con certeza un detalle futuro o un hecho que estaba por suceder. Se decía que Hernán sabía con seguridad cuando iba a estallar un movimiento estudiantil, ocasionado por las intransigencias o necedades de un rector. Se comentaba que también sabía cuando un profesor estaba ad portas de ser sacado del colegio por su comprobada deficiencia académica o por cualquier otra anomalía personal. Se rumoraba que él sabía con exactitud cuando era el día preciso del pago y que con su comentario sutil animaba el ambiente en el profesorado. Y también se afirmaba que los estudiantes solo identificaban el sonido de la campana cuando la tocaba Hernán, y que si una persona distinta se aventuraba a hacerlo, el badajo no experimentaba el mismo sonido y la comunidad no respondía al llamado. Y, así como éstas, eran muchas las afirmaciones positivas que se decían de Hernán y que lo ubicaban en un lugar de preferencia dentro del entorno araujista.


A comienzos de 1995, siendo rector del Araújo el profesor Rafael Barrios Ortega, el colegio recibió la visita del doctor Antonio Hernández Gamarra, natural de Sincé, quien había sido bachiller de este plantel en 1961 y se desempeñaba en ese momento como Ministro de Agricultura del gobierno de Ernesto Samper Pizano. El alto funcionario anunció la llegada a su antiguo colegio y la rectoría, como era de esperarse, le organizó una elegante recepción, pues añoraba sacarle algún beneficio a la repentina visita. Para sorpresa de todos, apenas el doctor Hernández pisó el patio del Araújo, lanzó la pregunta inesperada: dónde está Hernán?, aún es el portero?. Ante el llamado del rector, Hernán se hizo presente y después de un fuerte abrazo, el Ministro se retrató con él y le prometió ayudarlo en los trámites de su jubilación, que para esa época ya Hernán venía gestionando y se encontraba empantanada, como ha sido la tradición, en los vericuetos de las oficinas bogotanas. Sin embargo, el encopetado funcionario no cumplió, porque, ni las promesas hechas a Hernán, ni otras que ofreció para el colegio, lograron cristalizarse.


Por fin, a mediados de 1997, tras un largo y angustioso proceso de espera, logró sacar la pensión de jubilación. Esto lo obligó a separarse del colegio. En los primeros meses de retiro solía llegar al Araújo, arrastrado tal vez por la nostalgia de su pasión laboral. Con el tiempo suspendió las visitas y su presencia se fue borrando lentamente de la comunidad educativa. Sólo estaba presente en la memoria de aquellos profesores y empleados administrativos que siempre lo estimamos y recordábamos con frecuencia. De vez en cuando lo encontrábamos en la calle, sobre todo, los fines de mes, cuando salía a cobrar su mesada pensional. El miércoles 11 de agosto, fuimos sorprendidos con la noticia de su repentino fallecimiento, y la comunidad araujista lamentó profundamente su deceso. Frisaba 76 años de edad, pues había nacido el 10 de enero de 1934 en San Andrés de Sotavento, el bello pueblo cordobés que abandonó siendo un adolescente para trasladarse a Sincelejo y vincularse como portero del muy joven y renombrado Instituto Simón Araújo.

Crisis en la educación secundaria:

Se acabaron los profesores de castellano

Increíble: aquellos profesores de castellano, que sabían redactar una carta, que conjugaban correctamente los verbos irregulares, que recitaban y escribían poesías, que dominaban la gramática de Bello y que, como complemento, tenían una sólida y vastísima cultura general, hoy, lamentablemente, son una especie en vía de extinción. Los pocos que quedan, en algunos colegios de bachillerato y en ciertas universidades, sobre todo, en aquéllas que ofrecen estudios relacionados con el idioma castellano, se pueden contar con los dedos de las manos. Y, peor aún, en la expresión oral, ni se diga: es difícil encontrar un docente que domine el lenguaje, que se exprese con propiedad, que haga uso de variados registros idiomáticos y, en particular, que domine el régimen de las palabras en las construcciones. Todas estas cualidades, que enaltecieron a los profesores de castellano en tiempos pasados y que los hicieron famosos en los colegios y centros universitarios, han desaparecido totalmente del ambiente educativo. Sólo queda la historia y el reconocimiento de las muchísimas generaciones que tuvieron el privilegio de percibir sus conocimientos en los claustros escolares.


Y lo más llamativo de estos insignes educadores, es que la mayoría de ellos no exhibían títulos profesionales, no tenían las paredes atiborradas de diplomas de licenciado, de especialista, de posgrado, de maestría o de doctorado, como suele ocurrir en la actualidad. Eran simples profesores formados a pulso, verdaderos autodidactos, amantes del castellano y su única herramienta era la disposición y “el afecto por el idioma”, razón que, según los grandes académicos españoles, es el motivo esencial para alcanzar un excelente dominio del lenguaje, en sus dos grandes manifestaciones: la oral y la escrita. Eran profesores que se nutrían con la lectura permanente: devoradores de grandes obras literarias, de artículos y ensayos periodísticos, de poesías románticas, de obras dramáticas, de fábulas y apólogos, de dichos y refranes, de narraciones y relatos callejeros, de anécdotas personales y particulares y, en general, de todo aquello que les proporcionara conocimientos significativos para más tarde comentarlos –o socializarlos, como se dice ahora- en las aulas de clases. Por eso, estos docentes eran verdaderas autoridades en la materia y daba gusto oírlos cuando estaban en el ejercicio de la cátedra.


Hoy, todo esto ha cambiado, y la gran mayoría de profesores de castellano –o español- no tienen idea de lo que están enseñando, y todo lo orientan de una manera simploide. Generalmente, se dedican a seguir un texto, que les regalan las casas editoriales, y esto los convierte en “profesores modelo Radio Sutatenza”, “de una sola antena”, como solía decir el doctor Antonio Sanabria Quintana, mi profesor de latín en la Universidad Pedagógica de Tunja, hace muchísimos años. Son educadores que se les va el tiempo mandando a realizar tareas o a desarrollar talleres, que no reportan nada valorativo para los estudiantes, pues éstos, utilizando la ley del facilismo, buscan todo en internet y nunca aportan una mínima idea a los trabajos asignados. Y otros profesores, en particular de rango universitario, mandan a realizar “ensayos”, que es el término de moda, pero ellos no son capaces de redactar un escrito para poner el ejemplo. Son especializados en “mandar a hacer”, sin embargo, ellos “jamás hacen”. Y si no escriben, para demostrar su estilo, es porque no saben. Porque, el único bagaje que tienen es exponer teorías y teorías acerca del lenguaje.


Conozco muchos profesores de castellano que “jamás han escrito una línea”, no obstante, llevar hartísimos años ejerciendo la docencia. También, tengo algunos testimonios que he vivido personalmente. Por ejemplo, una vez, un profesor de lenguaje me dijo “que él jamás había podido entender esa vaina de los tiempos del verbo”, “que él no comprendía qué era eso del pluscuamperfecto”, otro, que es bastante amigo mío, en una oportunidad me confesó “a mí lo que más se me dificulta es dominar la ortografía”, y, también, en alguna ocasión, otro me comentó al descuido “que lo más difícil para él era conjugar correctamente los verbos irregulares”. Asimismo, han pasado por mis manos cartas y documentos, redactados por profesores de español, que están plagados de errores, no sólo ortográficos sino de contenidos: frases incoherentes, repeticiones viciosas, ambigüedad textual y pobreza discursiva. Todo esto es el reflejo de la indigencia idiomática en que se desempeñan muchísimos docentes de lenguaje, y que respaldan sus barbaridades con la sarta de títulos que han obtenido en instituciones superiores de poco reconocimiento, porque éstas tampoco cuentan con excelentes profesores en esta materia.


A propósito de esta crisis generalizada en los profesores de castellano, me vienen a la memoria muchísimos recuerdos de mis años de estudios, en especial, sobre los profesores de esta asignatura. Primero fue en la escuela primaria, donde tuve como maestro a don Tomás Daniels Avendaño, mi padre, quien, con sólo haber cursado los primeros años del bachillerato, escribía con letra barroca, dominaba la gramática de Bello y redactaba a la perfección toda clase de documentos. Fue él quien me incentivó el placer por la lectura y por el arte de escribir. Más tarde, cursando el bachillerato en el Colegio Pinillos de Mompós, tuve el privilegio de formarme bajo el manto sapientísimo de los profesores José A. Cabrales Meza y José Vicente Bohórquez Casallas. El primero, aparte de ser un maestro en gramática, no cesaba de recitar las poesías de Diego Fallón y los impecables sonetos de José Eustasio Rivera, y el segundo, además de su vastísimo conocimiento del lenguaje, tenía una expresión elocuente, recitaba los poemas de Julio Flórez y era un excelente orador. También gozaban de un prestigio singular en el dominio del castellano, los docentes Ricardo Rico Hernández y Teodoro Gómez Gómez, este último, un maestro de la literatura española: amante de los madrigales de Gutierre de Cetina y de los epigramas de don Manuel Bretón de los Herreros y de Leandro Fernández de Moratín.


Asimismo, me invaden la memoria las evocaciones que tengo de algunos connotados profesores de castellano que conocí en la ciudad de Tunja, cuando tuve la oportunidad de formarme en los celebérrimos claustros de la Universidad Pedagógica. Recuerdo, en particular, al doctor Gilberto Ávila Monguí, un ilustre maestro de las letras españolas, que recitaba pasajes de “El Quijote” y daba la impresión de haber conocido a Cervantes. Recuerdo las clases de gramática castellana que orientaba el profesor Bernardino Forero Forero, un verdadero artista en los análisis morfológicos y sintácticos del lenguaje, quien, además, era un ferviente admirador de los novísimos escritores latinoamericanos, empezando por García Márquez. Recuerdo las exquisitas exposiciones de Nicolás Polo Figueroa, oriundo de Pivijay, Magdalena, en las clases de semiología y de lingüística general. Y también recuerdo la fama desbordante que tenían los profesores Santos Amaya Martínez y Victor Miguel Niño Rojas, ambos, autores de diversos libros sobre gramática, comunicación y redacción española.


También, me es oportuno comentar que desde mi vinculación al Simón Araújo en 1977 he tenido la oportunidad de conocer a renombrados profesores de castellano, que han gozado de singular prestigio en Sincelejo, y aunque actualmente algunos se encuentran retirados de la cátedra, su pasión por el lenguaje continúa inalterable. Me basta citar a los profesores Enrique Sanjuanelo Medina, Alejandro Verbel Rivera, Eulogio Barón Cárdenas y Silvio Mesa Domínguez, quienes siempre se caracterizaron por ser destacados profesores de castellano: excelentes calígrafos, amantes de la ortografía, de la gramatica, de la buena redacción, de la riqueza expresiva y, en fin, de todo aquello que tuviera relación con el lenguaje. Valoro también los infinitos conocimientos del idioma, no solo del castellano, sino del griego y del latín que tenía el doctor José Elías Cury Lambraño, q.e.p.d., natural de Corozal, quien fue mi amigo personal y de quien aprendí muchísimos conocimientos, sobre todo, de la gramática histórica del español. El eminentísimo doctor Cury le legó a la posteridad númerosos libros y ensayos, sobre temas importantes y trascendentales del lenguaje.


Como es de esperarse, los resultados de esta pobreza formativa por la que atraviesan los profesores de castellano no se hacen esperar, pues ella se refleja en la apatía e indiferencia que muestran los estudiantes por la asignatura de castellano. Porque, son escasos los alumnos que manifiestan afecto por la lectura, por la redacción, por el enriquecimiento del lenguaje y por gozar de una buena expresión oral. La mayoría, se limita a lo mínimo, y a leguas se notan los bajos conocimientos lingüísticos y el paupérrimo dominio del idioma. Por su parte, los docentes, hacen lo mismo: no se preocupan por mejorar sus conocimientos, por adquirir libros especializados en la materia, ni por la lectura de buenas obras literarias. Inclusive, gran parte de estos educadores jamás compra el periódico o cualquier revista o documento de carácter informativo. Sin embargo, hoy parece que esta crisis académica que invade a los docentes de castellano ha hecho metástasis en todo el magisterio colombiano, pues, según afirma mi compadre Rafael Barrios Ortega, “no sólo se acabaron los profesores de castellano, sino que se acabaron los docentes de todas las asignaturas, ya que la mediocridad está visible, sin excepción, en los profesores de todas las áreas”. Y me identifico plenamente con él.