Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

jueves, 10 de septiembre de 2009

Un síndrome de moda

Los estragos de la "celotipia"
No logro explicarme cómo existen matrimonios que conviven tantos años bajo el imperio de la celotipia, y esta relación les resulta tan normal y placentera que parece no afectarlos en lo más mínimo. Y lo más llamativo de esta aberrante enfermedad, consistente en el desbordamiento excesivo de los celos pasionales, es que logra compenetrarse tanto con la gente, que las parejas terminan disfrutándola y creando una mutua dependencia: no pueden estar el uno sin el otro, y a los dos les hace falta el conflicto permanente originando por el rencor de los celos patológicos. Actualmente, como es de conocimiento público, la celotipia persigue a un alto porcentaje de los hogares colombianos –y tal vez del mundo entero-, y ésta es la causa para que con marcada frecuencia observemos las tragedias familiares que ocurren en el país, y que se convierten en noticias de primer orden en todos los medios informativos, sobre todo, en aquéllos de temperamento amarillista. Muchos desastres suceden cuando uno de los protagonistas está bajo los efectos del alcohol o de cualquier otro tipo de alucinógeno. Este es el momento para que los celos desmedidos se apoderen de él, y entonces cruzan por su mente las más absurdas visiones: ve a su pareja en brazos de otro u otra, besándose apasionadamente e, incluso, la percibe en plena acción de las relaciones sexuales.

De acuerdo con las más recientes investigaciones sicológicas, está comprobado que la persona celotípica actúa de manera irracional y jamás alcanza a tener un instante de tranquilidad. Por su imaginación sólo desfilan los contactos clandestinos, las citas furtivas y las escenas eróticas –propiciadas por su pareja- que le producen los celos excesivos. Debido a esto, al afectado constantemente lo asalta el temor de perder el afecto de su cónyuge –u otra persona-, siendo esto, por tanto, reflejo de un estado permanente de inseguridad, acompañado con sentimientos de inferioridad, que se traducen en frecuentes manifestaciones de violencia, de odio y de agresión verbal. En otras personas, los mismos celos, más profundos y desconectados de la realidad, pueden corresponderse con intenciones sadomasoquistas de la personalidad y formar parte de un complejo sicótico-paranoide que las perturba insistentemente, pues a cada quien le hace falta el rival para generar los conflictos, porque sus celos, como es obvio, se basan en puras fantasías. Un caso típico de esta aberración sucedió hace poco en Barranquilla, cuando un atarván enloquecido, presa de sus celos enfermizos, estuvo a punto de acabar con su mujer. Y hace ya casi doscientos años, Manuelita Sáenz, enfurecida por la celotipia, casi le mutila una oreja a Simón Bolívar, cuando se enteró de que éste había pasado una noche completa follando con una dama de la sociedad limeña en la quinta de La Magdalena. Este, fue uno de los tantos arrebatos pasionales que protagonizó “mi amable loca”, como solía llamarla El Libertador.

Sinceramente, considero que vivir bajo el acecho de la celotipia debe generar una situación difícil y tormentosa para cualquier matrimonio, y tenemos conocimiento de que este síndrome viene acompañando a la humanidad desde tiempos antiquísimos, y actualmente es el plato de entrada en muchos hogares del mundo. Yo, particularmente, he sido testigo de algunos casos sui generis que me han llamado mucho la atención. En una época, hace ya largos años, tuve un amigo –hoy en uso de buen retiro- que estuvo a punto de morir acribillado por su esposa, quien, víctima de un ataque de celotipia, le reclamaba que había pasado toda la mañana con otra mujer. Ignoraba la furibunda señora que su inocente marido había estado varias horas del día tomando cervezas conmigo. Sin embargo, lo más curioso del conflicto era que mi amigo gozaba, según me parecía, con los reclamos insistentes de su mujer, y para enfurecerla él mismo se manchaba la camisa con pintalabios, guardaba en los bolsillos papelitos con números telefónicos y nombres ficticios o se hacía enviar mensajes cifrados desde otros lugares. Y como era de esperarse, la mujer enloquecía de furia ante las evidencias, y el personaje de marras encontraba un pretexto para largarse nuevamente. Hoy, me atrevo a pensar que las argucias de mi amigo son utilizadas, con toda seguridad, por muchas personas. Solo así se justifican los estragos permanentes que viene ocasionando la celotipia en los hogares colombianos.

Los lectores cacheteros

"Una fauna inagotable"
Con mucha frecuencia vengo observando que los puestos de revistas en los supermercados y almacenes de cadenas permanecen en un completo desorden. La mayoría de las publicaciones que allí se exhiben presentan las carátulas arrugadas y grasosas, las páginas manchadas y dobladas, y es difícil encontrar con prontitud una determinada revista porque en todos los muestrarios reina una total confusión. El orden que les asignan los distribuidores se ve estropeado por el voluminoso caudal de lectores piratas y ocasionales, que llegan a estos sitios a manosearlas, hojearlas y leerlas gratuitamente. Por eso, siempre encontramos al pie de los exhibidores una cantidad de gente que se aposta tranquilamente, impidiendo con ello la libre circulación de los clientes habituales y los compradores casuales.

En otras ocasiones, la costumbre de los “lectores cacheteros” traspasa los límites del cinismo, pues para leer con mayor comodidad cargan las revistas hasta los comedores y cafeterías que comúnmente tienen estos almacenes. Y también he observado que cada especie tiene sus lecturas preferidas. Las mujeres, por ejemplo, se entretienen hojeando “Vanidades”, “Jet Set”, “Gente”, “Caras”, “Cromos”, “Alo”, “TV y novelas” y otras publicaciones del espectáculo y la farándula sensiblera. Los hombres, por supuesto, son fanáticos de “Semana”, “Cambio”, “Poder”, “Muy interesante” y demás ediciones que orientan temas políticos, económicos y tecnológicos. Ellos, rápidamente memorizan los detalles más importantes para salir a descrestar y sembrar la imagen de que son lectores consagrados o suscriptores de estos órganos informativos.

Y, lógicamente, para combatir esta aberrante costumbre de la plaga cachetera, muchas casas editoriales se previenen y distribuyen sus revistas en bolsas herméticamente cerradas. Tal es el caso de las coleccionables “Credencial”, “Diners” y otras ediciones, nacionales o extranjeras, que frecuentemente incluyen temas culturales, tecnológicos y científicos, muy beneficiosos para los lectores. También, algunos almacenes se han prevenido y para controlar el caos, ya empezaron a forrar con papel plástico las publicaciones más apetecidas por la piratería lectoral, han fijado letreros que prohíben el manoseo permanente o han asignado vigilantes que les impiden a los clientes tener acceso a las páginas interiores. Sin embargo, no falta quien viole las normas, y siempre encontramos, sobre todo mujeres, revisando y hojeando las revistas, tranquilamente y sin ningún recato.

Con la lectura de los periódicos casi sucede lo mismo, pero con una ligera diferencia: los vendedores alquilan los diarios por una mínima cantidad durante diez o quince minutos, o mientras dure la revisión total. Otros, sólo los prestan para fotocopiar los crucigramas, actividad muy en boga que se ha convertido en el pasatiempo favorito de muchísimas personas. Y en las bibliotecas y hemerotecas públicas, la situación es aún más alarmante. Aquí, los diarios y revistas no dan abasto para satisfacer la gran cantidad de lectores improvisados que llegan a estos sitios a buscar información de última hora, sea local, regional o nacional, para de inmediato salir a especular y sentar cátedra en los corrillos callejeros o en los tertuliaderos de poca monta. Esto, como es natural, los complace profundamente y les alivia el reconcomio que les perturba el espíritu.

Empero, lo más censurable en este insólito bailongo es la cicatería de la gente, que siempre se muestra apática a la compra de cualquier medio informativo por muy barato que sea. Una costumbre que ha hecho escuela y tiene una profunda cimentación en el país entero, donde, según estudios realizados por prestigiosas instituciones, el nivel de lectura es paupérrimo y la inversión bibliográfica casi nula. Y a esta crítica situación han surgido como paliativos los novísimos medios de información electrónica, pues son muchísimos los que afirman que “ellos no necesitan comprar ningún libro o revista, porque todo lo leen en internet”. Expresión que sólo refleja un tinte de total mediocridad, y nos deja bien claro que, mientras no exista una conciencia de lectura consagrada, los lectores cacheteros seguirán conformando, per saecula saeculorum, “una fauna inagotable”.