Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

lunes, 10 de agosto de 2009

Las pruebas del Icfes

Cuarenta años de estafa
Nuevamente se acercan las desprestigiadas pruebas del Icfes. Y como es costumbre, ya andan los despistados estudiantes de último año, corriendo de un lado para otro, comprando cuanta basura publican los periódicos y realizando los cursos preparatorios que organizan los colegios y universidades para sacar jugosas ganancias y engañar a los incautos. Son cuarenta años que lleva este inoperante Instituto con la misma rutina: practicando unos exámenes pasados de moda, donde se formulan unas preguntas inútiles e insustanciales, que nada tienen que ver con los intereses de los estudiantes, ni mucho menos con el medio donde ellos viven.
Empero, lo más ridículo de este cuento lo apreciamos cuando llegan los resultados de las pruebas: los rectores y muchos profesores de los colegios pavoneándose orondamente con los puntajes altos que logran alcanzar algunos estudiantes. Se gastan más de una semana haciendo gráficas y cuadros sinópticos para exhibirlos como los mejores trofeos obtenidos por el trabajo que vienen realizando. Recuerdo, a propósito, que hace tres años un colegio de clase media en Sincelejo estuvo varios días de fiesta porque un alumno logró quedar en primer puesto a nivel nacional. Pero la dicha únicamente fue ese año, porque desde entonces han permanecido en un total hermetismo, pues no han vuelto a figurar en nada y sólo han conseguido descalabros en los puntajes.
Recuerdo también que en otra ocasión, las alumnas de un plantel de la clase alta salieron excelentes en la prueba de lenguaje, y la noticia corrió por toda la ciudad. Sin embargo, lo más curioso de este hecho era que la mayoría de estas estudiantes no sabía escribir, siquiera, la primera línea de un párrafo normal. Con esto se demuestra que la “prueba de lenguaje”, proyectada por el Icfes es lo más absurdo en lo referente a conocimientos del idioma. Porque, para certificar que una persona domina el lenguaje, necesariamente debe demostrarlo hablando o escribiendo, que son las dos formas auténticas para comprobar su aptitud verbal y su competencia lingüística. Lo del Icfes se limita a formular preguntas sobre unos textos deslavazados e incoherentes, tomados de autores arcaicos o de escritores incipientes, que poco dominan el arte de escribir. Además, las preguntas que se hacen, quiérase o no, se arropan con el subjetivismo de quienes las formulan. Y para rematar el cuento, los textos evaluados generalmente circulan en los cuadernillos que venden las empresas encargadas de ofrecer material ilustrativo, incluyendo también los muy apetecidos exámenes similares, que se practican con antelación a manera de simulacro.
No obstante, así como estas pruebas se han convertido en la “gallinita de los huevos de oro” para las instituciones que brindan los cursos preparatorios, lo mismo representan para el Icfes, al significarles un fabuloso “negocio redondo”. La realización de dos exámenes anuales a más de setecientos mil bachilleres por un valor cercano a los treinta mil pesos, a pesar de los gastos de inversión, deja una ganancia incalculable, cuyo destino final se desconoce y va a parar, con toda seguridad, a las manos de la “corrupción administrativa”, que es la última carrera profesional que se viene ofreciendo en las universidades colombianas y brinda excelentes oportunidades de trabajo en todos los cargos de la administración pública.
Francamente, no logro explicarme hasta cuándo los colombianos tendremos que soportar la falsedad de las pruebas del Icfes. Considero que ya es hora de acabar con esta estafa, que nada significativo le reporta a la educación nacional. Porque, es una mediocridad creer que en realidad estos exámenes sirven para evaluar los conocimientos y medir la calidad de la educación colombiana. Todo lo contrario, resultan innecesarios, máxime cuando cada institución universitaria tiene su propio criterio de evaluación y selección de estudiantes. Lamentablemente, mientras la corrupción persista, es imposible que el gobierno tome la decisión de acabar con “la minita de oro” que representan los chambones y obsoletos exámenes de estado.

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