Ensayista, narrador, cronista, poeta, purista
del lenguaje, gramatologo y critico literario ..

jueves, 31 de marzo de 2011

Hernán, "el veterano portero",

Una institución del Simón Araújo

Alcancé a ver Hernán por última vez unos quince o veinte días antes de morir. Me lo encontré por casualidad en la calle Santander, cerca del almacén Mundocopias, y después del efusivo y fraternal saludo de rigor me hizo un ademán con la cabeza señalándome la dirección del Simón Araújo y me preguntó en el acto: “qué hay de nuevo por allá?”. Era el interrogante que siempre me hacía cada vez que nos encontrábamos y nos deteníamos a conversar sobre algunas generalidades del quehacer cotidiano. Le respondí con mi expresión de costumbre: “nil novi sub sole”, para significarle que en el colegio todo seguía lo mismo y nada nuevo había que comentar. Antes de despedirnos me preguntó que cómo iba el libro que estaba escribiendo sobre el Simón Araújo, le respondí que ya lo había terminado y que me encontraba gestionando los dineros necesarios para la impresión. Siguió por el andén, tranquilo y lento como solía caminar, pero su semblante un poco pálido me llamó la atención y me dejó una leve certeza de su ligera enfermedad.


Por una simple curiosidad, en los días cercanos a su fallecimiento había hablado con Miriam Martínez Arrieta, la eterna y querida secretaria del Simón Araújo, sobre la necesidad de realizar una recolecta entre sus amigos más allegados para regalarle algunos alimentos de primera necesidad. Esto lo pensamos porque sabíamos de sobra las precarias condiciones de vida en que se encontraba y las necesidades económicas que venía soportando desde que se desvinculó del colegio. Sabíamos que la pensión que percibía era bastante irrisoria y no compensaba sus largos años de trabajo en nuestro querido plantel. Sabíamos que desde hacía algún tiempo venía sufriendo algunos quebrantos de salud que le exigían la compra de medicamentos permanente. Asimismo, sabíamos que su retiro del Simón Araújo le había causado una tremenda nostalgia, que no había logrado superar, y en veces lo alejaba de la realidad y lo mantenía sumido en una completa pesadumbre.


Tuve la fortuna de conocer a Hernán, como todo el mundo lo llamaba, a comienzos de 1977 cuando me vinculé como profesor de castellano y Literatura en el Instituto Simón Araújo, el singular plantel sincelejano que por esa época era considerado como uno de los colegios nacionales más prestigiosos de Colombia. Desde mi llegada nos hicimos buenos amigos, y puedo afirmar, con toda sinceridad, que siempre lo tuve como mi más fiel confidente. Hernán era un hombre probo, sincero, discreto y tenía un carisma natural para ganarse la confianza de la gente. Siempre le admiré la facilidad que poseía para grabar los nombres de los profesores recién llegados al colegio, y recuerdo que apenas tenía yo una semana de estar en el Araújo y ya me identificaba por el apellido, y muchas veces bastaba con darle una pista personal para que él reconociera en el acto de qué profesor o empleado se trataba.


Otra cualidad que siempre lo caracterizó y le prodigó una admiración colectiva, fue la gran lucidez que lo asistía para recordar muchos episodios lejanos que habían hecho historia en el colegio y de los cuales él había sido testigo presencial. Recordaba con lujo de detalles el tránsito por la rectoría del Araújo de reputados rectores, como los doctores Arturo Vieira Moreno y Demetrio Vallejo Mendoza en la década del cincuenta. Recordaba el florecimiento que tuvo el colegio en la administración de Antonio Loaiza Cano y Julián Roca Núñez a comienzos de los años sesenta. Relataba con precisión los pormenores que dieron al traste con la rectoría de don Pedro Justo Bula Otero en las postrimerías de 1965. Narraba las intimidades de las administraciones de don Marco Ramírez Mendoza y Dimas Arias Valencia, dos rectores que fueron laureados con sendas huelgas estudiantiles en 1969 y en 1977, sucesos que aún siguen generando comentarios en la ciudadanía y en los egresados araujistas.


El 80% de la vida de Hernán Manuel Aleán Mestra, como era su nombre completo, está ligado al Instituto Simón Araújo. Siendo muy joven, a comienzos de los años cincuenta, se vinculó a este plantel en calidad de portero, puesto que abandonó al poco tiempo por la obligación de tener que irse a prestar el servicio militar. Tras su retorno a Sincelejo, se posesionó nuevamente del cargo en 1954, el cual ejerció hasta finales de la década pasada, es decir, durante casi medio siglo. Tiempo más que suficiente para conocer a cabalidad la idiosincrasia y la ideología de muchísimas de las generaciones que en esos años desfilaron por los claustros araujistas. Y, precisamente, fue su don de gente, y su seriedad y franqueza inalterables, las cualidades que le sirvieron para ganarse la simpatía, la admiración y el respeto de todos los estudiantes en los largos años que se desempeñó como portero del Simón Araújo. Porque, es bien sabido por todos, que jamás hubo un educando que intentara sobornarlo en sus responsabilidades o faltarle al respeto por cualquier inconveniente.


Su larga permanencia en el colegio y la agudeza con que analizaba el desempeño de las administraciones, le daban cierto aire de poder y alguna seguridad para afirmar con certeza un detalle futuro o un hecho que estaba por suceder. Se decía que Hernán sabía con seguridad cuando iba a estallar un movimiento estudiantil, ocasionado por las intransigencias o necedades de un rector. Se comentaba que también sabía cuando un profesor estaba ad portas de ser sacado del colegio por su comprobada deficiencia académica o por cualquier otra anomalía personal. Se rumoraba que él sabía con exactitud cuando era el día preciso del pago y que con su comentario sutil animaba el ambiente en el profesorado. Y también se afirmaba que los estudiantes solo identificaban el sonido de la campana cuando la tocaba Hernán, y que si una persona distinta se aventuraba a hacerlo, el badajo no experimentaba el mismo sonido y la comunidad no respondía al llamado. Y, así como éstas, eran muchas las afirmaciones positivas que se decían de Hernán y que lo ubicaban en un lugar de preferencia dentro del entorno araujista.


A comienzos de 1995, siendo rector del Araújo el profesor Rafael Barrios Ortega, el colegio recibió la visita del doctor Antonio Hernández Gamarra, natural de Sincé, quien había sido bachiller de este plantel en 1961 y se desempeñaba en ese momento como Ministro de Agricultura del gobierno de Ernesto Samper Pizano. El alto funcionario anunció la llegada a su antiguo colegio y la rectoría, como era de esperarse, le organizó una elegante recepción, pues añoraba sacarle algún beneficio a la repentina visita. Para sorpresa de todos, apenas el doctor Hernández pisó el patio del Araújo, lanzó la pregunta inesperada: dónde está Hernán?, aún es el portero?. Ante el llamado del rector, Hernán se hizo presente y después de un fuerte abrazo, el Ministro se retrató con él y le prometió ayudarlo en los trámites de su jubilación, que para esa época ya Hernán venía gestionando y se encontraba empantanada, como ha sido la tradición, en los vericuetos de las oficinas bogotanas. Sin embargo, el encopetado funcionario no cumplió, porque, ni las promesas hechas a Hernán, ni otras que ofreció para el colegio, lograron cristalizarse.


Por fin, a mediados de 1997, tras un largo y angustioso proceso de espera, logró sacar la pensión de jubilación. Esto lo obligó a separarse del colegio. En los primeros meses de retiro solía llegar al Araújo, arrastrado tal vez por la nostalgia de su pasión laboral. Con el tiempo suspendió las visitas y su presencia se fue borrando lentamente de la comunidad educativa. Sólo estaba presente en la memoria de aquellos profesores y empleados administrativos que siempre lo estimamos y recordábamos con frecuencia. De vez en cuando lo encontrábamos en la calle, sobre todo, los fines de mes, cuando salía a cobrar su mesada pensional. El miércoles 11 de agosto, fuimos sorprendidos con la noticia de su repentino fallecimiento, y la comunidad araujista lamentó profundamente su deceso. Frisaba 76 años de edad, pues había nacido el 10 de enero de 1934 en San Andrés de Sotavento, el bello pueblo cordobés que abandonó siendo un adolescente para trasladarse a Sincelejo y vincularse como portero del muy joven y renombrado Instituto Simón Araújo.

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