Siguiendo
la costumbre*, la cual se ha consagrado en todos los pueblos y regiones de
habla española desde hace ya 90 años, hoy, 23 de abril, nos concentramos
nuevamente en nuestro muy querido Simón Araújo para celebrar el “Día del idioma
castellano”, llamado también “Día de Cervantes” en algunas regiones de la Madre
Patria. Con toda seguridad, hoy, sin
excepción, más de 600 millones de personas, que se enorgullecen de ser usuarios
de la lengua española, hacen un alto en el camino para rendir un merecido
tributo a nuestro celebérrimo idioma, que cada día se torna más floreciente,
más agresivo y más dinámico dentro del contexto de las principales lenguas del
universo.
Sinceramente,
nada es más honroso y significativo para mí que llevar la palabra en este día,
en representación del departamento de Idiomas de la Jornada Matinal de esta
prestigiosa institución, y así tener la
oportunidad de pronunciar, delante de tan selecta y distinguida concurrencia, estas breves líneas, cargadas de
emotividad y de entusiasmo, para no pasar inadvertida esta magna fecha, que
coincide con el fallecimiento de don Miguel de Cervantes Saavedra, ocurrido en
Madrid aquel lejano 23 de abril de 1616,
y quien ha sido y sigue siendo considerado en el decurso del talento literario
como el más grande novelista de la lengua castellana de todos los tiempos.
Una
premisa de alta estimación que honra la memoria del recordado y bien llamado
“Manco de Lepanto”, aquel humilde escritor alcalaíno que, iluminado por el
fuego de su inteligencia, legó a la posteridad su magnífica y trascendental
novela “Don Quijote de la Mancha”. Esta obra, cuya estructura insuperable vio
la luz de la existencia en los albores del siglo XVII, hace un poco más de
cuatrocientos años, fue, sin duda alguna, el acontecimiento artístico más prodigioso del llamado “Siglo de Oro” de
las letras españolas, que marcó los inicios de la narrativa moderna y ha sido
un punto de referencia indiscutible para
todos los escritores, no solo de habla
española sino de otras lenguas,
posteriores a Cervantes.
Asimismo,
quiero aprovechar esta oportuna intervención para referirme al aporte
significativo que ha hecho Colombia al idioma castellano desde que se produjo
el descubrimiento de América, o más bien “el encuentro de dos mundos”, como se
ha denominado también últimamente, acaecido
en las postrimerías del siglo XV. Y hoy podemos expresar con orgullo que
en el vasto escenario de las naciones hispanoamericanas, es en nuestro país donde mejor se habla, se
escribe y se cultiva el castellano. Una afirmación que ha hecho renombre y ha sido certificada por los grandes
escritores y académicos de la Madre Patria, desde que se creó La Real Academia
Española a comienzos del siglo XVIII.
Por
eso, en una histórica ocasión, no se equivocó don Juan Valera, el destacado
crítico y novelista español, cuando sabiamente manifestó: “El Cervantes moderno
lo tienen en Colombia y se llama Marcos Fidel Suárez”. Honraba con este
calificativo el acendrado humanismo y el prodigioso talento del humilde
gramático antioqueño autor del trascendental ensayo “Los sueños de Luciano Pulgar”. No obstante,
considero que así como don Marcos, son muchos los Cervantes que han florecido
en Colombia. Son numerosos los personajes que han hecho significativos aportes
a la literatura y al estudio profundo de la lengua castellana. Dos ejemplos
clásicos los representan don Miguel Antonio Caro y don Rufino José Cuervo, el
primero, autor de la célebre “Gramática Latina” y el segundo, creador del
monumental “Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana”, una
biografía completa de casi todas las palabras del español.
Destaco
también los singulares aportes literarios y lingüísticos hechos por el recordado
escritor bogotano Rafael Pombo, aquel personaje pequeñito, bastante delgado,
ligeramente encorvado por los años, con los ojos saltones cubiertos por unos
espejuelos redondos, coronado como gran “Poeta Nacional” en 1905, llamado
cariñosamente “El poeta de los niños” y de quien estamos conmemorando un siglo
de su fallecimiento, ocurrido en la Capital de la República el 5 de mayo de
1912. Su obra filosófica “Hora de tinieblas” y sus reconocidas fábulas “La
pobre viejecita”, “Simón el bobito” y “Rin Rin Renacuajo”, quedaron grabadas
con tinta de oro en las inmortales páginas del Parnaso Colombiano. Por esto,
aplaudo la acertada determinación del Gobierno Nacional, de bautizar al 2012
como “El año de Pombo”.
Y
como epílogo de estas palabras, quiero referirme a “Cien años de soledad”, la
insuperable, colosal, integra y profunda novela de Gabriel García Márquez,
considerada desde su nacimiento en 1967 como “El Quijote del tercer
milenio”. Su traducción a más de treinta
idiomas y los muchos millones de ejemplares
vendidos en su casi medio siglo de existencia,
la convierten en la actualidad como el libro más leído del universo después del Quijote de la Mancha. Una
circunstancia que ennoblece a nuestra
Patria y debe ser, sin preámbulos, razón de orgullo para todos los colombianos.
Así como también, hoy 23 de abril, para
todos los aquí presentes debe resultar altamente gratificante, ser usuarios activos de la gloriosa y transparente lengua
cervantina.
*Palabras pronunciadas en la Jornada Matinal del Simón Araújo con motivo
de la celebración del “Día del Idioma” el lunes 23 de abril del 2012.
Sublime, dr. Daniels, una pluma inspirada que la memoria de los siglos sabrán reconocer; ¡ Bon Sort!!
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