Profanados la toga y el birrete
En estos días, nuevamente hemos tenido la oportunidad de presenciar los espectáculos más ridículos que suceden todos los años y que sólo sirven para provocar la risa y el desconcierto del público: la gran cantidad de estudiantes mediocres disfrazados folclóricamente con la ceremoniosa toga y el fastuoso birrete, prestos para recibir en sus colegios el devaluado diploma de bachiller. Esta insólita costumbre que está muy de moda en los últimos años –y se ha extendido por gran parte del territorio nacional– no deja de ser un negocio bastante rentable para los visionarios que tuvieron la fabulosa idea de fabricar estas prendas para con ellas cautivar a los despistados estudiantes, aprovecharse de su versatilidad y conseguir su aceptación para el suministro de las mismas. Por eso, apenas despuntan los meses de septiembre y octubre comienzan los ávidos proveedores a visitar los colegios para ofrecer el alquiler, y entonces se suscita la discusión de los alumnos de último año sobre el vestido de grado, quienes finalmente quedan maravillados por la imponencia de esta vestimenta y terminan aprobando la utilización de la inusitada prenda en el acto de graduación.
En efecto, es lamentable la depreciación que últimamente vienen sufriendo la toga y el birrete, las cuales desde épocas remotas son prendas que han sido reservadas para lucir en las grandes y solemnes ceremonias. En la antigüedad la toga constituyó el traje nacional de Roma y como tal fue utilizado por los más prestigiosos historiadores, políticos y oradores de ese colosal imperio, entre quienes se destacaron Julio César, Tiberio, Pompeyo y Cicerón. Posteriormente, y junto con el birrete, pasó a convertirse en el atuendo de ceremonia que utilizan los altos magistrados de las cortes, los jueces de los imponentes tribunales de la justicia, los miembros de las celebérrimas academias del mundo y los catedráticos destacados de las más famosas universidades. En países como Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, México, Venezuela y Argentina, estas prendas son el símbolo del respeto, la academia, la justicia y la idoneidad. Reconocidas universidades del mundo, como la de Harvard, la Complutense, la Autónoma de México, la de Salamanca y La Sorbona, utilizan este traje con mucha veneración. En Colombia, la hacen lo mismo la Pontificia Universidad Javeriana, la histórica Universidad del Rosario y nuestra insuperable Universidad de Cartagena.
En la actualidad, abusar de la toga y el birrete para graduar bachilleres —inclusive alumnos del Kinder y la primaria— es una típica deshonra y una verdadera profanación para esta tradicional prenda. Utilizar un traje sencillo y sobrio, sería lo más procedente para concurrir a un acto de esta mediana categoría. Además, si en cada colegio analizamos detenidamente el perfil de los graduandos, apenas un bajo porcentaje estaría apto para lucir esta augusta vestimenta, y sólo aquellos alumnos —infortunadamente la minoría—que durante sus estudios se distinguieron por el respeto, la consagración, el don de gente y la solidez en sus conocimientos, serían los únicos escogidos para utilizarla en una ceremonia de graduación. Los otros —que son la mayoría— y que en el transcurso del bachillerato se caracterizaron por la irresponsabilidad, la apatía, ganaron los años a empujones, pasaron inadvertidos y prácticamente culminaron los estudios casi sin saber leer ni escribir, estarían vetados moralmente para disfrazarse con esta sagrada indumentaria al recibir el inmerecido y desprestigiado cartón de bachiller.
Por otra parte, en medio de todo este ambiente grotesco, es sorprendente el ánimo de los veleidosos estudiantes para uniformarse con la toga y el birrete en los fuleros actos de graduación. Para ellos la utilización de estas prendas es como una especie de revanchismo contra el pésimo comportamiento y el bajo nivel académico que han observado durante los años del bachillerato. Y obedeciendo a estas razones, muchas veces los alegres graduandos cometen actos bochornosos en las sesiones de grado. Los hemos visto gritar, rechiflar, hacer relajo, quitarse las togas y lanzar los birretes al aire como muestra del júbilo que los acompaña en el momento de recibir un devaluado cartón que no están en condiciones de sustentar ni representar cuando se enfrentan a la sociedad. Y como cada año es mayor el número de bachilleres en Colombia, el disfraz de las togas seguirá siendo un negocio redondo para los empresarios y el público continuará presenciando estos ridículos espectáculos en las sesiones de promoción.
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